La común situación de pandemia exige una respuesta cristiana única… que sea común y para todos la solución. Toda excepción o privilegio sale de la esfera del discipulado. Por eso toda explicación es innecesaria, burda e injustificable. Hay un punto, donde la vida y la muerte se encuentran, que es esencial para la fe que profesamos.
En los 365 días de pandemia que llevamos padeciendo, muchos hombres y mujeres en nombre de Dios supieron vivir y morir al servicio de sus hermanos. El número de cristianos –pastores, sacerdotes, consagrados y laicos– que han sabido regalar esperanza, jugándose y entregando la vida, no se desmerece ni oculta por algunos hechos puntuales que provocan sonrojo. Pero es la realidad de los tiempos y los medios en la que todo se sabe pero, sobre todo, se hace escarnio de lo más débil, aunque sea puntual o no se pueda generalizar.
Lo nuestro, efectivamente, es «la alegría del Evangelio» cuando es para todos. Y, además no descansaremos hasta que así sea. Nos preocupa lo local, porque nuestra vida está afectada viviendo lo mismo que nuestros vecinos; pero nos preocupa lo universal, porque tenemos la visión de «casa común» del Padre de la humanidad. Por eso no estamos contentos con las negociaciones cicateras de los países ricos de Europa para conseguir el número más grande de vacunas, mientras no haya preocupación expresa por otras partes del mundo como África, América o Asia.
Tenemos el corazón lleno de nombres, porque esa es la clave de la consagración: ser amor real para muchos. Por eso, no somos esclavos del híper-cuidado de la propia vida, ni del puesto en la fila de vacunación… Todos los consagrados tienen infinidad de nombres de personas con necesidad que podrían ofrecer a las autoridades sanitarias para ser vacunados y –estoy seguro– no se pondrían ellos los primeros.
La vida consagrada –como el clero– es, en buena medida, población de riesgo. Tenemos una media de edad muy elevada. Pero el tono común es de responsabilidad, serenidad y paciencia. En las comunidades no se ora para que «nos» llegue pronto la vacuna, sino para que llegue a todos. Se ora por los científicos, los sanitarios, los políticos… se ora por el bien común, porque ese es el meollo de la Palabra que consuela al Pueblo «cansado y agobiado». La fe, y la vida para la fe, no es una situación de privilegio, sino de compromiso. Y ese es el tono general de los consagrados, los pastores, los sacerdotes y los laicos que creen.
Efectivamente, el Reino de los cielos se parece al turno de las vacunas, porque es ordenado, generoso y dispuesto. Llega a todos y todas a su tiempo; el primero es el más débil y pobre… y nadie queda sin ella, porque es bien y buena para todos. Es, desde la fe, un regalo de Dios que sonríe cuando nos descubre soñando una humanidad fraterna.