EL PROFETA HUMILDE Y DEMONIZADO

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Hubo personas que enseguida creyeron en Jesús: el Centurión, la madre cananea, la hemorroísa… Hubo personas que lo hicieron paulatinamente: los discípulos, a quienes Jesús reprochaba su “pequeña fe” (micro-pistía – en griego). Hubo toda una generación en Israel y en su mismo pueblo que no creyó en El. No demos por supuesta la fe en Jesús por el mero hecho de ejercer un ministerio eclesial, pertenecer a una comunidad cristiana, religiosa, a un movimiento cristiano. Quizá formemos parte del “pueblo rebelde” al que se refería Ezequiel, o del pueblo de Jesús que lo despreció y “demonizó”. ¡Lo que entonces ocurrió puede ocurrir también hoy!

Incredulidad creciente

El evangelista Marcos muestra -en los primeros capítulos de su Evangelio- que:

la fe del pueblo en Jesús iba creciendo de día en día; la incredulidad y oposición ante Jesús iba en aumento por parte de las autoridades (fariseos, escribas, sacerdotes); decían que Jesús actuaba movido por Beelzebú, el príncipe de los demonios; además, según Mc, hasta la familia de Jesús, participaba de la incredulidad, pues pensaban que “estaba fuera de sí”.

El mismo Jesús se extrañaba de tanta falta de fe… hasta en su pueblo… hasta en su familia… hasta en su casa.

Los paisanos de Jesús no cuestionaban la sabiduría y el poder de las manos de Jesús: únicamente cuestionaban el origen de esos poderes: ¿de Dios, o del mal espíritu?

Ellos optaron por la segunda opción: ¡Jesús no era digno de fe

Jesús no amenaza

El Jesús -que pide adhesión y fe-, no amenaza, no tiene un mensaje condenatorio hacia su gente; simplemente proclama que: “el Espíritu de Dios está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres…”, anuncia bienestar, liberación, tiempo de gracia”; no condena: ofrece soluciones. No solo habla. También “sana”.

¿Diagnósticos sin terapia?

También hoy tenemos una tendencia a “demonizar”. Hay dossieres e informaciones que se utilizan para quitarle valor al mensaje y a las acciones de los profetas. Basta propalar un defecto, extender una crítica, para “descalificarlo”.

En este momento, prevalece entre nosotros, los cristianos occidentales, una profecía de la denuncia, de la condenación, que parece excesiva. Los profetas oficiales detectan los males de la sociedad con pormenorizados análisis; dicen incluso que esta sociedad postmoderna está moribunda. Esos terribles diagnósticos, no van acompañados de gestos terapéuticos, porque faltan las “manos” que  curan; no gozan de credibilidad ni atractivo los modelos que se proponen; no se ofrecen soluciones eficaces a los males que se denuncian. La Iglesia de Jesús se ha de sentir llamada a “seducir”; ha de transmitir un mensaje positivo, que enamore, como el manifiesto de Jesús en la sinagoga de Nazaret.

El profeta humilde

La segunda lectura de 2 Cor, nos da otra clave para el discernimiento profético: el profeta es humilde, no tiene soberbia, se reconoce también débil, herido; por eso, es misericordioso, comprensivo. El profeta no acusa a los demás sin auto-acusarse. No tiene un sentimiento de superioridad sobre los demás.

El humilde Jesús se admiró de la falta de fe; se admiró de que le demonizaran. Quizá le faltaba experiencia misionera. Estaba en los comienzos. Comprendería poco a poco que el Reino es como una semillita, que se planta. Jesús se volvió paciente. Comenzó a tener perspectivas más amplias. Se preparó para perder muchas batallas, pero no para perder la guerra. Al final, en la cruz, exclamó: “Abbá, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Entonces el profeta demonizado se convirtió en la fuente del Espíritu.

Tengamos paciencia. Seamos comprensivos. Reconozcamos nuestra debilidad, nuestro pecado. Seamos humildes´. Pues solo entonces, la profecía resonarán en nuestros labios y modelará nuestras manos. El Maestro seguirá hablando a través de nosotros y curando a través de nuestras manos: “aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.