EL PRINCIPIO DE REALIDAD

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La vida religiosa tiene mucho de sueño, de utopía. Es bueno que sea así. Hay que soñar mucho con el Evangelio, con el Reino, como soñó Jesús, para ir haciéndolo realidad poco a poco en el mundo que nos rodea. Pero hay que esforzarse para que ese sueño no se convierta en una pesadilla. Al menos, desde el punto de vista del ecónomo. Y aquí es donde viene una de los servicios imprescindibles que el ecónomo debe hacer a su comunidad: poner sobre la mesa el principio de realidad, aterrizar los sueños para que se conviertan en realidades.

Hace unos días he estado con las religiosas del Verbo Encarnado. Ellas mismas me sugerían que sería bueno hacer un comentario sobre la economía y la encarnación. No iban desencaminadas. La encarnación es el gran misterio inicial de nuestra salvación. El Hijo de Dios se hace hombre. Aterriza entre nosotros. Pero su aterrizaje no es fácil. No aterriza en esos aeropuertos cinco estrellas que hay por el mundo. Ni es recibido en la sala VIP. Lo suyo fue un aterrizaje duro, en una cueva de Belén donde se guardaban los animales. Ni comodidades ni perfumes. A lo largo de su vida no se movió ni entre algodones ni por palacios sino que conoció y experimentó el debajo de la historia, el lodo y el polvo de los caminos, el dolor, la enfermedad y la injusticia. Hablo del reino y del Abbá pero con los pies en el suelo. Jesús de Nazaret es nuestro primer principio de realidad.

Hasta después de su resurrección, cuando los discípulos piensan que están en el cielo, lleva a Tomás, a todos los demás, de vuelta a la realidad. El Resucitado es el que vivió con ellos, el que padeció en la cruz. Y para que se convenciesen quiso que Tomás metiese los dedos en la herida de su costado. Eso es invitar al aterrizaje. Eso es ser principio de realidad.

Los ecónomos también deben ser principio de realidad para sus hermanos o hermanas. Está bien soñar, está bien imaginar y construir hermosos proyectos pero conviene también que alguien cumpla con este servicio de aterrizar esos proyectos, sueños e ideales en la realidad. Porque hay que pagar las facturas, porque los sueños no dan de comer. Porque la utopía es precisamente utopía: no tiene cabida en este mundo. Por eso sueños e ideales deben ser aterrizados.

Como decía un amigo mío, cuando en los capítulos o asambleas o gobiernos nos dedicamos a diseñar esos proyectos ideales, lo que nos gustaría hacer, y los plasmamos en un documento –lo que generalmente sabemos hacer muy bien- deberíamos añadir siempre una memoria económica que respondiese básicamente a dos preguntas. La primera es de dónde van a salir los recursos humanos y financieros que van a hacer posible la puesta en marcha inicial del proyecto. Y la segunda es con qué recursos humanos y financieros vamos a hacer posible que ese proyecto sea sostenible y no sea flor de un día, muy bonita pero sin duración en el tiempo.

Responder a estas dos preguntas es ser el necesario principio de realidad que aterrice los sueños e ideales de nuestros hermanos o hermanas en la dura superficie de la historia, en lo concreto de la vida. No se trata de destruir esos proyectos sino de hacerlos posibles y asumir que sólo pasando por ese proceso esos sueños evangélicos podrán tener incidencia en la realidad. Solo aterrizados serán verdaderamente evangelizadores y misioneros.

No se trata de impedir su realización sino de hacerlos verdaderamente posibles en las condiciones reales de nuestro mundo, de este concreto en el que nos ha tocado vivir, sabiendo que no hay otro. El ecónomo o administrador es el representante del principio de realidad sobre el que se deben levantar todos los edificios de nuestros sueños e ideales misioneros de ponerlo todo al servicio del Evangelio. Hacer bien ese servicio a la comunidad religiosa es un verdadero ministerio que posibilita el desarrollo de la misión carismática del instituto hoy y mañana. No se trata de impedir sino de facilitar, de hacer posible, de soñar pero con los pies bien anclados en el polvo del camino de la vida. Como el mismo Jesús.