El poder del amor

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“El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”.

Las palabras de la profecía, proclamadas hoy en la liturgia de la comunidad, vuelan de los campos del hambre a los tugurios del ébola, de las vallas fronterizas al fondo de las pateras, del infierno de los esclavizados al oprobio de los desechados, y no podrás acceder a su verdad, Iglesia cuerpo de Cristo, si no te las devuelve como un eco la montaña del sufrimiento humano.

Dios no puede enjugar las lágrimas, Dios no puede alejar el oprobio. Lo sabe el hambriento, lo sabe el contagiado, lo sabe el emigrante, lo sabe el esclavo, lo sabe el que nada cuenta, el que nada tiene, el que nada vale, lo sabes tú. Y el eco lo irá repitiendo cada día desde la montaña del sufrimiento: Dios no puede… Lo saben también el opresor, el negrero, el explotador, el corrupto, el violento, el cruel, el violador, el engañador, el pederasta.

Tú sabes, sin embargo, Iglesia cuerpo de Cristo, que las palabras de la profecía son verdaderas, sabes que las lágrimas serán enjugadas y que el oprobio será alejado, tú sabes que sobre esas palabras se levanta cierta la esperanza de los pobres, tú sabes que el Señor Dios, su no poder y su amor, es tu salvación.

En Jesús de Nazaret, en el misterio de la Palabra hecha carne, evidencia de la debilidad de Dios y de su amor, Dios se nos hizo cercano para enjugar lágrimas y alejar oprobios.

En la Eucaristía, memoria real de la vida entregada de Cristo Jesús, sacramento de su abajamiento y de su amor, Dios ha preparado para sus hijos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos.

En el cuerpo de Cristo que eres tú, su Iglesia, pequeña y humilde, desposeída de poder y ungida de amor, Dios se hace buena noticia para los pobres.

Tú, que has conocido en Cristo el consuelo y la gloria que te vienen de Dios, vas diciendo con el Salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Los pobres, que en ti se han encontrado con Cristo, irán diciendo contigo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

En Cristo Jesús, en la eucaristía, en ti, el amor hace presente entre los pobres la ciudad futura, la nueva Jerusalén, la morada de Dios entre los hombres, en la que Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”.

El futuro se anticipa con el poder del amor.

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