Eran las 7 en punto de la mañana del día 25 de junio, cuando el Papa Francisco entraba en la capilla de Santa Marta para presidir la Eucaristía. Al fin nuestro sueño se veía cumplido. Emoción, oración y agradecimiento. El Papa camina revestido de verde, como corresponde al tiempo ordinario, provisto solamente de una sencilla melodía. Llama la atención la sobriedad, un órgano y varias voces acompañan la celebración en el aleluya y la comunión. No hay más cantos. No hay más flores, solo el verde de un par de plantas rompe la pulcritud del amarillo y blanco. Se toca el silencio.
El Papa saluda, pedimos perdón y después de escuchar las lecturas del día (Gn 16, 1-12.15-16, Sal 105 y Mt 7; 21-29) se acerca al ambón e inicia la homilía centrada en tres verbos: escuchar, hablar y actuar… y un sustantivo los pseudoprofetas. Afirma el Papa que no basta con el binomio hablar-hacer sino que es necesario “escuchar”, “el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, no las escucha verdaderamente, éste será como el hombre que edifica su casa sobre arena, no sobre roca”. El que escucha a Dios fundamenta su casa en la roca del amor de Dios. Los pseudoprofetas, en cambio, hablan sin escuchar la Palabra de Dios. Como ejemplo de la persona que combina silencio y escucha, acción y contemplación resalta la figura de Teresa de Calcuta, quien «escuchaba la voz del Señor: no hablaba y en el silencio supo escuchar» y por lo tanto obrar. Y, como la casa construida sobre roca, «no se derrumbó ni ella ni su obra». A partir de su testimonio se comprende que «los grandes saben escuchar y tras escuchar hacen, porque su confianza y su fuerza» están «sobre la roca del amor de Jesucristo». El Papa termina su meditación uniéndola a la celebración eucarística y recordó cómo la liturgia utiliza «el altar de piedra, fuerte, firme» como «símbolo de Jesús». En ese altar Jesús se hace «débil, es un trozo de pan» que se da a todos. El Señor que «se hizo débil» para hacernos fuertes, «nos acompañe en esta celebración –deseó el Papa– y nos enseñe a escuchar y a hacer» partiendo «de la escucha y no de nuestras palabras».
Concluye la eucaristía sin mas gestos, hemos contemplado la armonía de lo sencillo, de lo simple y, sobre todo, de quien vive lo que celebra y celebra lo que vive. Sin más.
Nos comunican que Francisco ya está preparado para recibirnos. Después de esperar unos minutos la sonrisa del Papa ilumina la estancia, cercano, humano, sencillo… beso su anillo –el anillo del Sucesor de Pedro- me pregunta quién soy y qué hago, le comento y después muestro el Icono del Perpetuo Socorro, le explico que los redentoristas celebramos este año el 150 aniversario de la entrega del Icono por el Papa Pío IX y, cuando todavía le estoy dando datos de este acontecimiento, veo que hace silencio, cierra los ojos y deposita su mano sobre el Icono… intento respetar ese momento orante y pienso que yo también debería acompañarlo, pero no puedo. Tras unos instantes vuelve a abrir los ojos y me dice: “Sigan extendiendo la devoción al Icono de María y oren ante él, el Señor te bendiga”. Tras sus palabras le vuelvo a dar la mano y me da un beso, el beso de un padre, en ternura, amor y encuentro.
Cuando me alejo resuenan las palabras del silencio: “orad ante el Icono”, “haced silencio, que vuestras palabras no sean las de los falsos profetas sino que estén tejidas de encuentro”. María del Perpetuo Socorro te pido por todos en este momento.
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