El grito que despierta…

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La inseguridad, el miedo o la cobardía de algunos hacen que este mundo nuestro sacrifique a muchos inocentes. Basta asomarse a cualquier periódico o telediario para ver las terribles matanzas humanas con las que ya, desgraciadamente, nos hemos familiarizado. Es decir, las hemos normalizado como parte de nuestro decorado navideño. Y no nos preguntamos: ¿Por qué? ¿Cómo? o ¿Qué puedo hacer? Parece que el exceso de información estuviese provocando en nosotros el hastío ante las desgracias ajenas y la indiferencia o el colapso ante el sufrimiento humano. Sin darnos cuenta estamos perdiendo esa sensibilidad y solidaridad con nuestros hermanos, los seres humanos. Y esto, no es otra cosa que olvidarnos de nosotros mismos, no entender que cuando se atenta o se vulnera la vida de cualquier ser humano, en cualquier país del mundo, es la nuestra la que se está cercenando. Es no entender que el ser humano es único y forma un único cuerpo y que si se vulnera la dignidad de cualquier parte de ese cuerpo es al cuerpo entero a quien se agrede.

Desgraciadamente nuestra sociedad decide mirar para otro lado más amable de la realidad. Decide desconectar la experiencia religiosa de la experiencia humana. Creer que nuestro Dios es también un “dios al que el mundo le es ajeno”. Nos desconectamos. Nos perdemos. ¿Cómo tendría que ser el grito de Raquel que llora por sus hijos para despertarnos? ¿Cómo tendrán que clamar los inocentes para quitar nuestra sordera? ¿No bastan las imágenes? ¿No bastan los datos? ¿Qué necesitamos? Y aquí es cuando empiezo a pensar en la necesidad de comunión. De iniciar –como en círculos concéntricos- dinámicas comunitarias y humanas que recreen la solidaridad en nuestro mundo; que nos hagan más cercanos de las personas y sus historias; que muestren una Iglesia que acoge la pobreza y la miseria del otro sin focos; que siente tanto respeto por el ser humano que no le da limosna sino que lo sienta a su mesa; que es capaz y se agiliza para acudir en ayuda donde se la necesita; que no está tan pendiente de los que ejercen el poder sino de los que ejercen el servicio; que no quiere porque no puede querer ni negociar con lo innegociable… El grito de los inocentes todavía puede despertarnos.

 

 

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