Cuando nos miramos interiormente descubrimos que nuestra fe es débil, exigua: ¡que somos hombres, mujeres, de poca fe! Como los apóstoles le pedimos a Jesús: “Auméntanos la fe”; o como aquel padre a la espera de la curación de su hijo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Y Jesús responde: si vuestra fe fuera como un granito de mostaza realizaríais portentos: una encina arrancada y llevada al mar, moveríais montañas. Jesús también responde con una de sus chocantes parábolas: la de las tres preguntas. Es el texto del domingo 27.
La tres preguntas de Jesús
La primera
¿Quién de vosotros, si tiene un siervo o criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!?
La respuesta más espontánea y sincera de los oyentes sería: ¡No! ¡Nadie! A ninguno de nosotros, si somos el amo, se nos ocurrirá semejante cosa.
La segunda
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
La respuesta más espontánea sería ¡SÍ! El amo tiene razón: primero él, después su siervo.
La tercera
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?
La respuesta más espontánea seria ¡No! No hay que estar agradecidos al criado porque ha cumplido lo mandado.
He aquí el resultado de las tres preguntas: No, Sí, No.
¿Por qué Jesús hace su parábola en forma de preguntas? ¿Porqué presenta “lo evidente” en forma de “interrogante”? Porque quiere involucrar en el relato a cada uno de sus oyentes.
Es como si Jesús nos dijera: si tú fueras un amo y tuvieras un siervo, ¿cómo te comportarías con él? ¿le servirías?, o ¿le dirías simplemente “¡sírveme primero a mí!? Y si tu siervo hiciera lo que le pides, ¿deberías agradecérselo?
Una primera enseñanza: servidores de Dios sin condiciones
El esclavo -en el contexto cultural de Jesús y sus discípulos – dependía totalmente de su amo: le estaba totalmente sometido. El amo determinaba su vida, lo mantenía; y no tenía que agradecerle su servicio, ni alabarlo.
Del mismo modo nosotros somos “siervos de Dios”: dependemos total y absolutamente de Él. Nos sometemos a su voluntad porque es el Señor quien determina, manda, a quien hemos de obedecer. Los creyentes debemos de trabajar por la causa de Dios hasta la extenuación. No hemos de pensar en agradecimientos, en recompensas, en méritos. Lo nuestro, es decir: “siervos inútiles” somos… hemos cumplido con nuestro deber” (Lc 17,7-10).
Segunda enseñanza: un cruce de parábolas
Jesús propuso otra parábola de unos siervos a quienes su Señor sí los sirvió (Lc 12,35-38). El que regresaba a casa no era un siervo, sino el mismo Señor, después de un banquete de bodas. Al ver que sus siervos le esperaban -ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas y le abrieron al instante cuando llegó y llamó-, se conmovió, los proclamó dichosos y él mismo, el Señor, se ciñó la cintura, les hizo sentar a la mesa y acercándose les servía” (Lc 12,35-38).
Quien evocara esta parábola habría respondido a la primera pregunta de Jesús en el evangelio de hoy ¡Sí! Recordémosla: ¿Quién de vosotros, si tiene un siervo le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!? Así lo hizo el Maestro. Os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis lo mismo unos con otros, les dijo Jesús a los apóstoles en la última Cena.
Conclusión
“Auméntanos la fe”. Aumenta la fe cuando actuamos como “siervos” y no “pensamos en grandezas”, en recompensas para nuestros méritos, ni en ser servidos. Aumenta nuestra fe, cuando vivimos alerta, para descubrir los signos de la Presencia que viene de nuestro Dios, aunque sea de noche. Aumenta nuestra fe, cuando dejando casa,, familia, propiedades por Jesús… recibimos cien veces más y la vida eterna” (Mc 10, 29-30), y se nos promete “un tesoro en el cielo”. Por eso, quienes se reconocen siervos inútiles se convierten para muchos en bendición.