Uno de esos textos paradigmáticos de Pablo, que todos conocemos y citamos de memoria, y que nos vienen de perillas en Cuaresma y Viernes santo, es aquél en el que nos dice, con profunda sabiduría que “la cruz es escándalo para lo judíos y necedad para los griegos”. O al revés, que tanto monta…. Es “la locura de la cruz”. La cruz que desde hace algo más de dos semanas ha pasado a un lugar secundario, no sólo en la ornamentación de templos y en el color litúrgico, sino sobremanera en los textos pascuales que, -como no puede ser de otro modo- nos presentan cada día y cada domingo la Liturgia de la Palabra. Algo así como “ahora toca hablar de luz y no de cruz, de pascua y no de cuaresma, de vida y no de muerte, estamos de blanco y no de morado”. ¡Aleluya, aleluya!
Pues sí, todos lo sabemos: celebramos la Pascua de Cristo, glorificado por Dios de una manera insólita, extraordinaria, pasmosa, inescrutable. Y solapamos un poco la cruz y la muerte para resaltar la pascua y la vida. ¿No se le ocurrió nunca al agudo Pablo, siempre con luz larga, que también la Pascua es, -puede ser- “locura, necedad, escándalo…? Los textos evangélicos pascuales que proclamamos y meditamos estos días están, sin embargo, cargados de “pascua con reservas”, de “resurrecciones con miedo y estupor”, de “discípulos alarmados por lo ocurrido”, de “dudas tomasinas y racionalistas: ‘si no lo veo no lo creo’”, de “pruebas del Resucitado para no romper la conexión inevitable con el Crucificado”. Por eso, aunque el hondo y denso Pablo no lo dijera textualmente, (que yo recuerde): la “pascua es escándalo, locura, necedad, salto en el vacío, apuesta antropológica de la fe, contrapunteo insoslayable con la cruz, con la muerte, con el sufrimiento…”
Creer la Pascua es siempre un acto de fe, un acto solamente posible desde la fe. ¿Más que la cruz? Tal vez…. ¡la cruz es más evidente, más diaria, nos enredamos o nos enredan en ella constantemente, basta con encender la tele y estar medianamente informados!: corrupción política, adoslescentes psicópatas asesinos, miles de hermanos/as nuestros/as colapsados en una carrera de obstáculos al país de nunca jamás, suicidios in crescendo, mentiras empeñadas en hacérsenos verdades, dolor, dolor, mucho dolor en demasiados escenarios; en las periferias y en los centros focales del binestar y el consumo. Y desde aquí: ¿cómo creer que la Vida triunfa sobre tantas caras de la muerte? ¿cómo ser testigos de que la titilante candela del nuevo Cirio de cera de abejas es más estrepitoso que la oscuridad de las profundidades del Mediterráneo, el gran cementerio de la vergüenza occidental? ¿cómo creer, -de verdad, no con la boquilla pequeña- en el principio-esperanza, o en el principio-misericordia, o en el principio-humanidad? ¡Si la Pascua no es reto, escándalo, apuesta, confrontación, ponernos contra las cuerdas del ring de la existencia humana, fe en la utopía en un mundo anti-utópico…. si no es eso, y mucho más, entonces, ¿qué es?.
No es sencillo creer que Cristo está vivo, “en el corazón del mundo”, y “en medio” de nosotros; ¡no lo fue para Tomás ni para la gran mayoría de apóstoles y discípulos! La Pascua es un atrevimiento, un atentado a la racionalidad de la Razón pura y dura que sólo el Espíritu nos empuja a digerir. Cada año, y cada día, nos invita a ese esfuerzo titánico de la fe que nos impulsa a creer -esto sí es de Pablo- que “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”. Inquietos ante una Pascua más, que no puede ser frívola ni buenista, folklórica y “linda”, triunfalista e ignorante de su caldo de cultivo humano, no nos resta más que pedir: “Señor, creo, pero aumenta mi fe en la Pascua”.