Podría parecer que este demonio no actúa en la Iglesia, en sus instituciones. ¿No fue éste el demonio que se apoderó del rey David cuando tentado se apropió de Betsabé, la bella mujer de Urías, del cual se deshizo tras una maquinación asesina (2 Sam 11)? ¡Qué bien supo denunciarlo el profeta Natán cuando utilizando el relato del hombre pobre a quien un codicioso hombre rico le arrebató su única ovejita a la que tanto amaba! David cayó en la trampa: como un hipócrita quiso emitir sentencia, pero le frenó el profeta Natán diciéndole: “Tú eres ese hombre!” (2Sam 12, 7). Entonces David se arrepintió y pidió perdón.
Sí, este mismo demonio sigue actuando en la Iglesia: en la codicia de las editoriales católicas más poderosas que intentan plagiar impunes las buenas iniciativas de las pequeñas para obtener más réditos y ahogarlas, de los grandes centros universitarios que quieren engrandecerse a base de la creatividad exitosa de los pequeños, plagiando sus temas, sus congresos y ninguneándolos; las grandes provincias religiosas que no conceden derecho de existencia a lo pequeño y alternativo y en sus procesos de re-estructuración todo lo absorben en un uniformismo destructivo. ¡Cuántas instituciones pequeñas, pero llenas de creatividad, no han sido absorbidas por grandes instituciones para nivelar el pensamiento y acabar con algo que las inquietaba!
Ese es el demonio que actúa cuando se ha intentado condenar y eliminar -para después apropiarse de sus ideas- a pensadores como Teilhard de Chardin, Congar, Rahner, De Lubac, Schillebeeckx…! La falta de creatividad se suple frecuentemente con el “relumbrón”, con la apariencia. Hay instituciones que prefieren ganar el presente, sin preocuparse nada del futuro. No tienen proyecto, solo codicia de imponerse en el presente. Son cicateras en alabar al otro y solo buscan la forma de denigrarlo y oscurecerlo.
El poder -que no evangélico- es envidioso, codicioso y tiene instinto destructivo: lo hace creyendo que así da gloria a Dios o actuando hipócritamente diciendo que es necesario “reducir”, “integrar” o “entrar en comunión”. Pero ¡ay de él el día en que un profeta como Natán denuncie: “Tú eres ese hombre”!