EL DAÑO ANTROPOLÓGICO

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1891

J.-GarmillaLo que sigue puede responder a una mera intuición mía, a un brote de subjetivismo que a veces nos salpica a muchos, a un prejuicio ideológico, o religioso, o biográfico… Pero desde hace un buen tiempo para acá, vengo sintiendo una especie de desolación interior motivada por lo que considero una sensación de pérdida de humanidad, de humanismo, de humanitarismo, en diversas esferas de la vida social; no sólo en Europa, en todo el mundo.

Me explico: todos estamos tristemente acostumbrados al “gran teatro del mundo”, a genocidios y guerras mundiales, a Gulags y Dachaus, a usos y abusos de los más poderosos hacia los más débiles e inermes, a injusticias flagrantes, a violencia multifacética, ¡a tantas cosas! Hace años leí que a lo largo de la historia de la Humanidad ha habido más días de guerra en  algún punto del Planeta, que días sin guerra. No sé si será verdad; pero me escalofrió la aseveración cuando la leí o escuche.

Pues bien, desde hace meses, no sé si incluso unos cuantos años, vengo sintiendo, pre-sintiendo, contemplando con dolor y a veces con ira, una especie de “bajón cuantitativo y cualitativo” en la especie humana. Hablo de la especie humana, de los animales llamados “racionales”, superiores a loros, gatos, monos o cebras. Intuyo una especie de escalada, que más bien es un descenso, en los “grados” de humanidad de nuestra especie. Un déficit de sentimientos, preocupaciones, ideas, hechos sobre todo, que van cercenando poco a poco, como si se usara un en principio inofensivo cortauñas, eso que llamamos “los derechos humanos”. Se trataría de un indiferentismo, enfriamiento, renuncia consciente -en ocasiones camuflada-,  a las “cosas” que les ocurren a la gente. “Cosas” tan primarias como el mismo derecho a la vida, al trabajo digno, a un salario suficiente, al estudio o la atención sanitaria, y un largo etcétera de “cosas” que, ignoradas, tergiversadas, manipuladas, dañan notablemente la dignidad humana; la de los otros y la de quienes tienen más o menor responsabilidad en la atención a “la gente”.

Podemos poner distintos ejemplos, de distintos calibres, para entendernos: el silencio y la omisión flagrante de la Europa civilizada y antaño tan cristiana, ante la tragedia humana de los refugiados de guerra o emigrantes procedentes de Siria, Afganistán, Africa u otros lugares. Estamos ya sobrecogidos, pero terminarán por domesticarnos, ante centenares de imágenes que, no por ser desgarradoras y reincidentes, consiguen “mover” a nuestros poderosos políticos y lamentablemente a no pocos eclesiásticos, que continúan en sus ceremonias cansinas y repetitivas de reuniones interminables y pasividad absoluta. ¿Quién se acuerda ya de la foto de aquel niño sirio ahogado en alguna playa del Mediterráneo? Otro ejemplo: el espectáculo entre patético y grotesco de nuestros políticos elegidos diputados por el pueblo español el pasado diciembre, que nos deja boquiabiertos ante la incapacidad de consenso, diálogo, acuerdo, concordia, sentido común, realismo, humildad y aceptación del mandato popular, y que, con mucha probabilidad nos llevará a nuevas  y costosas elecciones donde, según las encuestas y sondeos, la variación de votos será irrelevante. ¿Qué políticos son éstos que ambicionan tanto sus poltronas hasta el punto de olvidar los problemas reales de la gente de a pie, aunque, por supuesto, digan lo contrario? Otro ejemplo más: se queda uno atónito ante la posible candidatura republicana de Ronald Trump para acceder a la presidencia de los Estados Unidos. Nada más ni nada menos. ¿Cómo se permite e un personaje de esta calaña, multimillonario, racista, machista, violento, despectivo y cruel con los inmigrantes latinos en una nación que nació y se forjó precisamente con migrantes? ¿Qué base o fundamentación ética, qué cimentación humanista -más allá de ideologías o religiones- estamos legando a nuestros niños y niñas en una sociedad tan egoista, tan palmariamente corrupta, tan incapaz de dialogar, de reconciliarse, de hacer justicia, tan poco o nada igualitaria, donde aumenta el patrimonio personal o corporativo de los más ricos a costa del incremento del umbral de la pobreza, como reiterada y valientemente viene advirtiendo Cáritas española? Se está creando un auténtico “daño antropológico” que durante generaciones será difícil curar. La “medicina” de la misericordia, que tanto receta Francisco, sigue siendo un “medicamento” no sólo “fuera del alcance de los niños”, sino, sobre todo, “fuera del alcance de los egoistas y poderosos”. De una sociedad tan politizada (en beneficio de los más astutos) estamos pasando a una sociedad patologizada, con un sinnúmeros de dolencias y carencias que más tarde o más temprano saldrán a relucir.

Ya sé que hay mucha gente buena, muchísimos más que los corruptos o insensibles; también sé que no hemos de tener una visión pesimista o negativa de la realidad. Por eso decía al principio que es sólo “una intuición, un pre-sentimiento, una simple impresión”. Ojalá esté equivocado.