jueves, 25 abril, 2024

El centro de la vida religiosa (I)

La vida con centro

Hay un religioso de edad que se toma muy en serio colaborar con nuestra revista. Tiene la jornada bien ocupada. Dedica buenas horas a echar una mano en la misión con sus hermanos más jóvenes y además encuentra tiempo para orar por la misión y el mundo que, como bien dice, “tanto ama Dios”. Tiene este hermano una vida serena, equilibrada y feliz. Está ocupado en las necesidades de los demás porque sufre cuando percibe privaciones, carencias e injusticias… y en este tiempo son muchas. Sabe ponerle nombre a la crisis, porque sus amigos preferidos son pobres… esa es su fuerza. Tuvo en sus tiempos jóvenes muchas y variadas responsabilidades en la comunidad y en la congregación. No los echa de menos, porque hoy sigue teniendo la vida llena, plena. Ha entendido que la vida no son los cargos, sino ser fiel al encargo de Dios… y ese no desaparece al cumplir años.

Conocimiento de la realidad: visión esperanzada del presente

Hoy me ha escrito. Como siempre ofreciendo visión serena. Me aporta una buena relectura de todo lo que se escribe sobre la vida religiosa, que no es poco. Conoce bien nuestra vieja Europa, pero también América Latina y un poco menos Asia y África, pero poco menos. Es un religioso formado, como tantos, y es capaz de comprender que lo que pasa aquí es fiel reflejo de lo que acurre allá y, a la vez, es muy diferente. Es un exponente de esa lectura posmoderna de la realidad, con el poso de haber trabajado la Suma Teológica y la historia de la filosofía de Nicola Abbagnano. Nunca he percibido en sus palabras y actitudes una mínima sombra de nostalgia. Es inteligente y sabe que ni nuestro decrecimiento actual, ni el sorprendente crecimiento de hace unos años, del que depende el momento presente, son cifras serenas. Son datos afectados por realidades sociológicas que todavía no hemos sabido integrar, ni interpretar convenientemente.

Siempre tiene algún relato positivo sobre alguno de los religiosos más jóvenes. Admira cómo trabajan, con la solvencia con que responden y, sobre todo, con la sinceridad con que refieren las cosas de Dios en la propia vida. Vamos que a mi colaborador anónimo de vida religiosa, le sorprende la sinceridad que edades más jóvenes tienen a la hora de hablar de sus logros y debilidades; de sus penas y fracasos… Dice él, con cierta gracia, “¡y yo que me formé pensando que lo bueno era callarlo, silenciarlo… para endurecerme y así ser más fuerte y mejor misionero!”. Sí, ante todo, mi amigo está contento con la edad que tiene, con lo que vivió y, me atrevería a decir, con lo que le queda por vivir… mucho o poco. Y eso se nota.

Acompañamiento de la vida religiosa en esta era

Cuando me hice cargo de la revista me dijo sólo tres cosas, y hoy me parecen especialmente útiles.

La primera que sopesase bien qué publicaba. Decía él, «piensa que asumes esta responsabilidad en un momento en el que la vida religiosa está viviendo un cambio de ubicación. Por eso procura siempre alguien que suavice la tensión, aligere la carga y proporcione esperanza. No te estoy sugiriendo que mientas, eso nunca, pero procura incidir más en las posibilidades que en las debilidades». Me reiteró aquello de los profetas de esperanza frente a los agoreros de calamidades del Papa Juan. Y me lo ilustraba con una larga lista de ejemplos de una cierta tentación maniquea que nos ha acompañado a la Iglesia desde tiempos inveterados.

La segunda, que nunca escribiese sin tener presente que lo leería alguien que piensa, siente y necesita. Que no hay textos asépticos, válidos para cualquier tiempo y circunstancia, sino que deben contener vida que se da y recibe, deben ser textos en relación, porque ésta en su expresión más clara Dios/persona, es el fundamento de la teología. Sus palabras resuenan siempre en mí, sobre todo cuando, en determinadas circunstancias te preguntas qué es lo que procede, cuál es la visión de la publicación o si es oportuno terciar en determinadas polémicas con la palabra o el silencio.

Me dijo una tercera cosa. Sencilla, muy concreta, la expresó más o menos así: “procura no caer en los ismos”. Me sonreí entonces, pero me doy cuenta hoy que es muy sensato. Los «ismos», sean del signo más o menos; sean de apertura o cierre; sean de alabanza o juicio, están siempre equivocados, porque generalizan, cosifican, no describen y, además, engañan. La vida religiosa no puede caer en el pragmatismo, pero debe tener presencias pragmáticas y regirse, en buena medida, por ellas. No puede abogar por el conservadurismo, pero tiene que tener originalidad para cuidar lo que ha sido válido siempre. La vida religiosa no es el adalid frente al hedonismo, porque una estética del culto y la relación es muy propia de la consagración… Y si ya son ismos de mirada desde la ventana, son más peligrosos: “cómo cambiar el corazón de esta sociedad regida por el hedonismo, pansexualismo, efectismo, individualismo, posibilismo…se preguntaba un religioso, no precisamente caracterizado por su capacidad para la comunión y la gratuidad”. Dice mi viejo amigo que, quien así habla, no tiene carisma para cambiar nada, tampoco a sí mismo.

 

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