Con motivo del Encuentro Europeo de Jóvenes en Madrid
Hermano John, Comunidad ecuménica de Taizé
La intuición de Taizé sigue viva… ¿Dónde sitúa su aceptación o acogida entre los jóvenes?
Es un constante asombro para nosotros ver que los jóvenes, que crecen en una sociedad donde la fe está siendo cada vez más relegada a los márgenes, continúan viniendo en gran número a Taizé y a los encuentros que organizamos en otros lugares. Nunca hemos tratado de atraer a los jóvenes, o de adaptar para ellos un mensaje; tratamos de vivir lo esencial del Evangelio –una relación con Dios que nos lleva a vivir juntos con otros seres humanos de una manera nueva– de la manera más clara posible, para nosotros mismos en primer lugar, y luego buscar caminos para compartirlo con aquellos con los que nos encontramos. Así que el hecho de que estos jóvenes hallen sentido en estos encuentros, en Taizé y otros lugares, muestra ante todo el poder del Evangelio cuando dejamos que se exprese libremente, en total simplicidad, sin diluirlo en una plétora de otras consideraciones.
¿Qué quieren significar los encuentros europeos de jóvenes y, en especial, el encuentro de este año en Madrid?
Los encuentros de jóvenes son un intento de vivir juntos los valores del Evangelio de manera sencilla: rezando y buscando juntos caminos para vivir en solidaridad con aquellos que son diferentes, particularmente con los menos privilegiados. Además, los encuentros organizados fuera de Taizé añaden la dimensión de la Iglesia local, para que los jóvenes se den cuenta de la importancia de vivir su búsqueda espiritual, no solo en tiempos y lugares fuera de la “vida normal”, sino en medio de sus actividades cotidianas. Y al mismo tiempo, llevar a las parroquias de una ciudad a tantos jóvenes puede ser una fuente de esperanza para los cristianos de allí, que muchas veces no son jóvenes. Esperamos que estos encuentros, que reúnen jóvenes de muchas procedencias, de países de toda Europa, no para un partido de fútbol o un concierto, sino para orar y compartir, puedan ser un signo del Evangelio para muchos otros, como aquella ciudad en lo alto de una montaña, de la que hablaba Jesús.
¿Cuáles son los núcleos que Taizé insiste como fenómeno espiritual y comunitario?
Nuestra convicción más profunda en Taizé es que la fe en Jesucristo no es individualista, sino que nos llama a ser parte de una vasta comunidad de creyentes. Las divisiones antiguas y nuevas entre los cristianos contradicen la vocación de la Iglesia de ser un lugar de reconciliación en el que se manifiesta el amor incondicional de Dios. Cuando las
Iglesias viven esta comunión universal, reuniendo a personas de los más variados trasfondos y enfoques, ofrecen algo único e irreemplazable; pueden ser una fuente de paz y de comprensión mutua en un mundo en el que las divisiones y la violencia amenazan con hacer imposible la vida común.
En otras palabras, estamos convencidos de que nos necesitamos mutuamente para vivir en plenitud. Esto ciertamente es verdad entre cristianos: a través de los siglos, las diferentes tradiciones han acentuado diferentes aspectos de la fe, de modo que escucharnos unos a otros nos ayuda a ensanchar y profundizar en nuestra propia vida espiritual. Pero es también verdad a otros niveles, entre naciones y para grupos dentro de las naciones. Cuando compartimos mutuamente nuestros dones, todos nos enriquecemos. Las divisiones nos empobrecen a todos.
Naturalmente para este compartir es necesario el discernimiento, siguiendo el consejo de san Pablo: “Acoged todo y examinadlo; quedaos con lo bueno”.
Háblenos de Usted, ¿Cuál ha sido su itinerario vocacional hasta conectar con la comunidad de Taizé y desde entonces hasta nuestros días?
Crecí en los Estados Unidos en la década de los sesenta, entorno a los años del Concilio Vaticano II, un momento en el que había una fuerte búsqueda sobre el significado de la fe y el papel de la
Iglesia. Y por supuesto, la sociedad estaba también cambiando rápidamente. En aquellos años descubrí la importancia de contar con los demás, la importancia de la comunidad. Había oído hablar sobre Taizé en una clase de religión y cuando tuve la oportunidad de viajar a Europa después de mis estudios universitarios, quise visitar a los hermanos. ¡Pero en aquellos días, antes de Internet, Taizé no era un lugar fácil de encontrar! Finalmente pude llegar hasta allí y me quedé durante una semana, y fue una experiencia muy poderosa. Era la clase de comunidad que estaba anhelando, y había tenido la experiencia de que realmente existía. Pero por entonces no tenía planes de dejar mi país para permanecer en Taizé.
Quería volver, y pasé un tiempo más largo en Taizé durante aquel verano. Partí con la pregunta de si no sería ésta mi manera de seguir a Cristo. La pregunta permaneció en mí, y un año después, regresé. Finalmente, el hecho de que esta pregunta no me abandonó, sino que se hizo más fuerte con el tiempo, hizo que me diera cuenta de que no era una idea solo mía, sino que venía de otro lugar, de Dios. Así que decidí entrar en un proceso de discernimiento que eventualmente me llevó a formar parte de la comunidad.
Desde que soy hermano, diría que el sentido de mi compromiso se ha profundizado y ensanchado. Profundizado especialmente por el estudio de las Escrituras, que necesitamos para poder dar las introducciones bíblicas a los que visitan Taizé. Y ensanchado al encontrarme con cristianos de diferentes tradiciones y otras muchas personas de los trasfondos más variados, tanto en Taizé como en visitas por todo el mundo.
Taizé insiste en la escucha y acogida de la Palabra, muestra de ello son los comentarios bíblicos, exégesis, reflexión… ¿Puede la Palabra inspirarnos para comprender e iluminar nuestro tiempo?
Ciertamente, pero no en el sentido de que nos dé una receta sobre cómo vivir hoy. El mundo de la Biblia era muy diferente, en muchos aspectos, de nuestras sociedades contemporáneas. Pero describe un mundo que está abierto a la trascendencia, en el que la presencia de lo divino brilla a través de las realidades mundanas de la vida cotidiana. Cuando entramos poco a poco en el mundo de la Biblia, aprendemos a ver nuestra propia realidad con otros ojos; podemos descubrir que Dios trabaja en medio de las luchas y las alegrías humanas. Nuestros aciertos y errores se vuelven menos cruciales; lo más importante es Dios, que está presente en medio de nosotros. Y esto nos da el valor de continuar nuestro camino en la confianza de que no estamos solos.
¿Qué aporta Taizé a las congregaciones y órdenes de vida consagrada?
Como hubiera respondido el Hermano Roger, nuestro fundador, somos nosotros los que tenemos que aprender de las muchas órdenes y congregaciones que nos han precedido. A él le gustaba decir que en Taizé nos vemos a nosotros mismos como un pequeño brote en el gran árbol de la vida monástica y religiosa. Pero quizás podamos ayudar a comunidades más antiguas a darse cuenta de que la invitación de Jesucristo de dejar hogar, familia y trabajo para seguirle en una vida de total dedicación sigue siendo válida, incluso en las sociedades de hoy, que parecen estar siguiendo un camino bien distinto. El hecho de que tantos jóvenes se sientan atraídos por nuestra comunidad muestra que tal vida es aún relevante. Es bueno darse cuenta de que el camino de la vida religiosa es una senda de inconformismo por causa de Cristo y el Evangelio.
En Taizé, hemos tenido que descubrir paso a paso muchas cosas que congregaciones más antiguas dan por supuesto, y esto puede ayudarles a redescubrir la importancia de estos elementos. Por poner un ejemplo, al principio los hermanos no llevaban ninguna ropa especial, pero rápidamente descubrieron que ponerse un hábito blanco en los momentos de oración podía ser un signo de la unidad de la comunidad y simbolizar el hecho de que toda nuestra vida está dedicada a Cristo. Al mismo tiempo, sintieron que en otros momentos no deberíamos distinguirnos de los demás por la ropa que vestimos. Esto, por supuesto, no significa que todas las comunidades deban actuar de la misma manera, pero podría quizás ayudar a otros a reflexionar sobre el significado y la relevancia del hábito religioso.
Acaba de publicar: «Tierra de tránsito. El Sábado Santo entre la muerte y la vida», háblenos de él…
Durante mucho tiempo he estado fascinado por un día que no ocupa un lugar importante en la vida y la liturgia cristianas: el Sábado Santo. ¿Por qué existe este día “inútil”, apenas mencionado en los evangelios, entre la cruz de Cristo y su resurrección? Lentamente, me fui dando cuenta de que este día –cuando “todo está cumplido” pero aún casi nada es visible en la superficie de la historia– es una especie de imagen de la vida de los seguidores de Jesús. Nuestra fe nos dice que con la venida de Cristo todas las promesas de Dios han sido cumplidas, pero si miramos el mundo en nuestro entorno, no vemos que haya cambiado mucho. Así que la teología del Sábado Santo se convierte en una vía para comprender cómo esta “nueva era”, proclamada por los profetas de Israel, llega a ser una realidad en la muerte y la resurrección de Jesús.
El libro contempla el Sábado Santo, en primer lugar, desde la perspectiva del propio Jesús, lo que normalmente se llama “el descenso a los infiernos”; luego, desde la perspectiva de sus discípulos: el tema del silencio de Dios y del Sábado. Estas reflexiones pueden ayudarnos a darnos cuenta de que, por su venida, Jesucristo crea un nuevo espacio y un tiempo nuevo en medio de nuestro viejo mundo. El espacio del Sábado Santo es lo que el papa Francisco llama “periferia”, y es allí donde a los cristianos se nos llama a construir nuestro hogar. (¿No es interesante que la palabra “parroquia”, para-oikia, significa la casa de los que no tienen hogar en la sociedad?). Y el tiempo del Sábado Santo es el kairós, que el Hermano Roger llamaba “el hoy de Dios”. Entrar en el espacio y el tiempo del Sábado Santo como seguidores de Jesús hace posible una nueva clase de vida, que reconcilia el “ya aquí” de la salvación y el dinamismo de estar en el camino hacia la Tierra Prometida.
La clave de esperanza, entonces, es vivir en un Sábado Santo de espera fecunda…
Sí, la esperanza cristiana se manifiesta en el misterio del Sábado Santo y puede llamarse “espera fecunda”. Las esperanzas humanas son proyecciones de nuestros deseos en un futuro desconocido. Pueden ser muy nobles, pero no hay garantía de que se conviertan en realidad. En la esperanza bíblica, hay una garantía, porque esta esperanza está basada no en la falta de satisfacción o en los deseos humanos, sino en la presencia y promesa divinas. Pero la esperanza que viene del Evangelio nos lleva un paso más allá. Como escribió san Pablo “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Ya estamos viviendo en el tiempo de la realización, aunque todavía sea apenas visible.
Me atrae mucho la imagen de la niebla. En Taizé en invierno, puede suceder que el bello paisaje esté cubierto de niebla, de modo que no podemos ver nada. Pero aun así sabemos que el paisaje está allí. De tiempo en tiempo, la niebla se levanta por un momento, y finalmente, al final del invierno, desaparece totalmente. Esta es nuestra vida como cristianos: caminamos en fe y esperanza, sabiendo que un día que lo que esperamos y creemos será revelado como la verdadera realidad. Y ya hoy, si mantenemos nuestros ojos abiertos, podemos ver signos de esperanza que nos consuelan en nuestro camino y nos dan el valor de seguir luchando por un mundo mejor.
Para concluir, explíquenos por qué la vida en comunidad es una fuente de fecundidad…
La vida comunitaria nos saca de nosotros mismos. Es innecesario decir que no siempre es fácil compartir nuestras vidas con otros que no siempre están de acuerdo con nuestra manera de ver las cosas. Al mismo tiempo, nos beneficiamos de los dones de los demás. Lo que yo no puedo hacer, mis hermanos y hermanas pueden realizarlo. Es refrescante saber que no necesitamos hacerlo todo nosotros. La sociedad contemporánea es individualista: cada uno busca su propia realización. Aunque esto da un cierto dinamismo, crea al mismo tiempo mucho cansancio, e incluso, depresión. La vida comunitaria a causa de Cristo y del Evangelio nos da un lugar en el que encontrar descanso para nuestros corazones, al tiempo que nos da la energía para comprometernos. Podemos usar nuestros propios dones, pero dándonos cuenta de que no todo lo tenemos que hacer nosotros.