No pensemos que la oración es un camino lineal, porque la vida misma está llena de altibajos. Quien quiera que conjugue el verbo rezar sabe que incluye un tránsito purgativo. Tarde o temprano nos sentimos heridos por la contradicción irresoluble, por el dolor injustificable, por la irreversibilidad que nos lleva a atravesar líneas de fuego. La oración no es el momento en que puedo liberarme y huir. Es el momento en que el Espíritu se une a mi debilidad y me da fuerzas para abrazar la propia herida, es decir, aceptar lo que me aplasta, lo que es mayor que yo y no puedo explicar, lo que se abate sobre mí sin que pueda cambiar. La mayor parte de nuestra oración es vacío y silencio, no nos engañemos. Hace tiempo, un amigo me propuso una cosa que me hizo pensar. «Mira, al final de la misa, cuando dices «id en Paz y que el Señor os acompañe» debes decir «Id en Paz aunque nadie os acompañe»”. Puede parecer una paradoja, pero la oración se vuelve más vital cuando tocamos el silencio de Dios, cuando nuestros pies tocan la orilla de su ausencia.
CUANDO LA ORACIÓN SE VUELVE VITAL
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Memoria y eucaristía
Así oramos hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Si me preguntas cuál es el motivo de nuestra oración,...