sábado, 27 julio, 2024

EL BUCLE DEL ODIO

 

La reconciliación, el perdón, es uno de los caballos de batalla más complejos del Mensaje de Jesús. Llevamos dentro una fuerza interior, algo “entrópico”, una especie de “desorden inherente” a todos los seres vivos, también, por supuesto, a los humanos. Podíamos llamarlo también, de un modo más comprensivo, venganza, devolver mal por mal, pagar al otro con la misma moneda con que nos pagó, hacerle (o intentar hacerle) un daño similar al que me hizo. Claro que hay “daños y daños”, no es lo mismo que alguien, involuntariamente me pisoteé un pie que un acto terrorista acabe con la vida de un ser querido, o que un régimen político dictatorial suspenda “mis” derechos más inalienables: libertad de pensamiento, de prensa, de expresión, de movimientos… Sí, hay “daños y daños”. El famoso “ojo por ojo y diente por diente”, que en la actualidad nos parece tan poco humano, y por tanto, cristiano, surgió como un “mal menor”; se trata de un intento alicorto y fallido de superar esa “entropía de maldad y desorden” que llevamos en nuestro ADN, desde que hemos nacido. Es el Mal, siempre el Mal fastidiándonos la vida de muchas maneras… con un terrible terremoto como el de estos días en Siria y Tuquía, o la injusta invasión de Ucrania, o un tsunami, unas inundaciones, la erupción de un volcán… ¡parece como que el mismo Universo estuviera “marcado” por el Misterio del Mal implícito en sus mismas “leyes” físicas, geológicas, climáticas… Porque no sólo existe esa inclinación a la venganza, al Mal, en nosotros mismos, sino en todo lo que se existe.

Jesús da un salto cualitativo, casi irreverente por difícil de cumplir, cuando nos insta, como un verdadero “mandamiento” inevitable al perdón y la reconciliación. Es una opción fundamental en el Mensaje de Cristo, no es algo opcional, ni secundario, ni aleatorio: es “un mandato, una condición “sin la cual no…” podemos ser sus discípulos. Y aquí viene el problema. Perdonar es muy difícil, supone una presión interior casi anti-humana. ¿Cómo perdonar a quien asesinó brutalmente a un ser querido? ¿Es posible, o es un acto heroico, reservado a espíritus con un don especial? Habría mucho que hablar (de hecho se ha hablado mucho sobre la reconciliación). Pero, brevemente, hemos de decir, que el perdón y la misericordia con quienes son nuestros adversarios (no digo “enemigos”) es humanamente posible, es más, es humanamente muy humano. Tan humano que sólo Dios puede sanar nuestro corazón injustamente herido por otro ser humano. Perdonar no es fácil, supone tiempo, es un proceso más que un acto voluntario y/o automático. Quien no perdona se enferma. La venganza, o el deseo de venganza, que es lo mismo, es siempre superable por el deseo de perdón. Si no deseo perdonar es imposible que termine perdonando. Pero el perdón libera, es el mejor cicatrizante a heridas profundas y casi mortales. Tener capacidad de perdonar (que no supone, necesariamente “olvidar”) es una pulsión interior que presupone una gran capacidad humanista, y por eso, cristiana. Se puede perdonar sin olvidar, pero ese “recuerdo” del hecho que provocó mi dolor y mi venganza, es la cicatriz que me “recuerda” una herida saturada, cerrada totalmente.

Vivimos en una sociedad donde la reconciliación es imprescindible a todos los niveles: políticos, culturales, religiosos… Un mundo constantemente rasguñado no puede ser un mundo moderadamente feliz. Hay que dialogar para tender puentes, aceptar lo aceptable del otro, no identificarnos con una Verdad única y absoluta. Necesitamos, como el agua, la reconciliación fraternal, para no hundirnos en la violencia envolvente, en el bucle del odio, que nos engulle hasta eliminarnos. Jesús supo perdonar: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.

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