Cuando el papa Francisco habla de la ecología de la vida cotidiana nos dice que “los escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar” y allí se expresa nuestra identidad. Si ese ambiente es desordenado o cargado de contaminación, es un desafío para configurar una identidad integrada y feliz (cf. 147).
La comunidad es el escenario que influye en mi manera de ver, sentir y actuar en lo cotidiano. También mi manera de ver, sentir y actuar, va construyendo ese escenario donde mis hermanos y hermanas forjan su identidad de consagrados, asumen la pertenencia a un cuerpo en misión y buscan ser felices desde aquí y desde ahora.
Empecemos por enderezar y sanar el medio ambiente del propio corazón para cuidar el medio ambiente del otro, con actitudes de respeto, de acogida, de solidaridad, especialmente con los más frágiles. Sanar el corazón, para que sane nuestro entorno social.
Cuando nos sentimos acogidos y valorados, se potencian dentro de nosotros caudales de iniciativas, de compromisos, de gestos que enriquecen al grupo y descontaminan el ambiente. Cuando no nos sentimos centrados y el referente no es Dios y la causa de Jesús, estamos dañando el ánimo y la esperanza de los que nos rodean y, eso es una injusticia de la que a veces no pedimos perdón. Esto sí contamina y daña el medio ambiente de las personas, debilita y resta energías.
El papa Francisco nos invita a contemplar a Dios Trinidad en todas las personas y acontecimientos, formar una espiritualidad ecológica, apostar por un estilo de vida más humano, alegre, justo y misericordioso, “en salida” para llegar a quien nos necesita. No contribuyamos a contaminar a nuestra hermana comunidad. Pasemos del yo al nosotros centrados en el Señor de la Historia.