Somos de Cristo y esperamos todavía a Cristo. Somos hijos de Dios, y esperamos que llegue el día en que se manifieste lo que somos. Vivimos en el agradecimiento, como quien todo lo ha recibido ya, y decimos «Ven, Señor Jesús», como quien espera aún recibirlo todo.
Nuestra vida transcurre a un tiempo «dentro» y «lejos» de la Jerusalén que es nuestra madre, «dentro» y «lejos» de Cristo en quien fuimos creados y redimidos. Por eso agradecemos y clamamos, hacemos fiesta y suplicamos.
Hoy resonó en nuestra asamblea la palabra del profeta: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da”.
En tu pobreza, Iglesia amada de Dios, creías que eras tú sola la que suplicabas, que era sólo tuya la nostalgia de la patria, que a ti sola estaba reservada la pena de la ausencia. Ahora, el profeta te recuerda que la patria tiene nostalgia de ti, que Jerusalén padece por tu ausencia, y que Cristo el Señor, tu creador, tu redentor, también él pide encontrarte. Vendrá a ti tu Señor, vendrá a tu encuentro, a tus caminos, a tu noche. Y sólo porque él te desea y viene hasta ti, hace posible que tú vayas hasta él.
“Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura y contempla el gozo que Dios te envía, Dios se acuerda de ti, Dios traerá a tus hijos con gloria”.
El profeta hablaba de Jerusalén, la ciudad que él vio iluminada por el esplendor de la gloria divina. Pero tú, que hoy has escuchado el antiguo oráculo, te has visto a ti misma, y, obediente a la palabra, subes a la altura de la fe para contemplar desde allí el gozo que te viene de Dios, un gozo tan inesperado y tan grande que te parece soñar.
Hoy subes a la altura y contemplas a tu Señor que viene a ti, humilde, pequeño y pobre como una palabra, como un pan, como un niño.
Hoy subes a la altura, y, por la fe, la esperanza y el amor, recibes al que viene a ti en la humildad de la palabra, del pan y de los pobres.
Hoy, contigo, se pone en pie la Jerusalén del cielo, la ciudad santa, la morada de Dios con los hombres, que al gozo eterno por la presencia de su Señor, une el gozo de verse en esperanza llena de hijos. Su nombre es también tu nombre: «Paz en la justicia, gloria en la piedad».
Ven, Señor Jesús.