¿Qué tendría que quedarnos de esa frase ya obsoleta? Pienso que el hábito sagrado de una gratitud que va de dentro a fuera, la determinación de hacer memoria frecuente de que nada se nos debe, el sano y obstinado aferramiento a la costumbre de expresarlo de mil maneras. El cultivo de ese natural del que habla Teresa de Jesús con su expresividad incomparable: “Bien veo que no es perfección en mí esto que tengo de ser agradecida; debe ser natural, que con una sardina que me den me sobornarán” (Carta 264, a la M. María de San José).
El paso de los años corre a favor del agradecimiento y lo sugiere el novelista Morris West en su autobiografía: “Llegada cierta edad, nuestra vida se simplifica y en nuestro vocabulario espiritual solo necesitamos quedarnos con tres palabras: ¡Gracias!, ¡Gracias! ¡Gracias!”. Uno de los sinónimos del verbo agradecer es re-conocer, volver a conocer de una manera nueva. Tener detrás mucha historia de años vividos es una ocasión para darnos cuenta de que todo en nuestra historia ha sido don y gracia, como también lo han sido las energías que nos han hecho trabajar y esforzarnos y conseguir metas pequeñas o grandes. Re-conocer es identificar a Aquel que está en el origen de esos dones: «Es el Señor», dijo Juan al ver la red llena de peces después de una noche de trabajo estéril: la abundancia y la esplendidez se habían convertido en signo del desconocido que les aguardaba en la orilla y que no podía ser más que Jesús (Jn 21). Recorrer nuestro pasado como una historia sucesiva de atracción y “tirones” por parte de Dios y de consentimientos o resistencias por parte nuestra. Abrirnos a la posibilidad de que nuestra vida llegue a transparentar el don recibido y, al agradecerlo, permitir al Donante seguir dando aún. Y hacer nuestro este poema de A. Núñez, sj:
Cuando te encuentre
nunca podré cubrir con mi
agradecimiento
el vasto abismo
que llenaste con tu
misericordia.