Lo escribí hace tres años:
«Mi hermano me dice que los han deportado; me lo dice en su castellano con arreglos de Polonia: “Con tristeza se llevaron a nuestros hermanos africanos, horrible…”.
La tristeza no era de quienes se los llevaron, sino de los deportados y de mi hermano.
Es necesario gritar: Los han llevado al sur, hacia la frontera. Allí los han abandonado. Helena entrecomilla palabras de un hombre que clama en el desierto: “Os suplico que nos rescatéis. No podemos continuar andando. Vamos a morir en este desierto. Os lo suplico de nuevo. Estamos cerca de la frontera mauritana; vemos la barrera mauritana y los soldados”.
Es necesario gritar, pero no sabría dar nombre a los responsables de esta violación de derechos. Es necesario gritar, aunque puede que haya de considerarme a mí mismo cómplice de quienes han puesto manos sacrílegas sobre la vida de los pobres. Es necesario dejar que vuelen palabras mensajeras de justicia para los inmigrantes, pero no se me oculta que por ello puede verse restringida o anulada la libertad que ahora tenemos de socorrerles en su necesidad.
Entonces no gritaré. Me limitaré a leer el evangelio: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.
Mucho me temo que las misas de este domingo sexto del Tiempo Ordinario van a durar más de lo acostumbrado, pues antes de poner la ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Mauritania para que nos perdonen los negros entregados allí, con nuestro dinero, a un destino de muerte.
Si te fijas en el canto de comunión de este domingo, hallarás en él palabras de revelación que llenan de alegría el alma: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Pero verás que son también palabras de advertencia: Nosotros podemos ignorar el sufrimiento de los pobres y matarlos en las fronteras. ¡Dios nos reclamará la vida de su Hijo!»
Esta año de 2014, antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Ceuta por si pueden perdonarnos los muertos.