Por supuesto que la educación que impartimos hoy no tiene todas las respuestas, pero lo que sí posee es la certeza de que no las tiene, y la decisión de formar personas capaces de encontrarlas.
El siglo XXI, al igual que el siglo I necesita y necesitará personas excelentes, buenas, empáticas, comprometidas con la búsqueda de la Verdad, la pasión por la Belleza y el compromiso con el Bien. Personas que han apostado por la sabiduría, que han desarrollado sus inteligencias, personas empáticas con la sensibilidad que les mueve a hacer el bien.
Navidad es el reclamo a no olvidar la grandeza de la persona, en su dignidad de ser imagen y semejanza de Dios. Diciembre del año 1 de nuestra Era cristiana es el cumplimiento del deseo de tantas civilizaciones, del deseo, confesado o no, que ya se escuchó por primera vez en las primeras páginas el Génesis “seréis como dioses” y que siempre se repite por el anhelo de infinito del corazón humano. En diciembre del año 1 Dios se hace Hombre, trae al mundo la novedad más impensable. Desde entonces la medida del ser humano es Dios. Las palabras se resisten a enunciar el Misterio, porque las sobrepasa. Y Jesús, Dios-Hombre crece, se forma, asimila, aprende, vive en sus diez mil días de Nazaret lo que proclamará en su vida de adulto en Galilea, en el Evangelio. Se aprende para la vida.
Cuando parece que sobrecoge la empresa, consuela y anima la seguridad de que somos maestros con el Maestro. Indudablemente, Diciembre es mes de educadores.