Todos acariciamos en esperanza un futuro mejor que el presente, y, porque esa esperanza es cierta, trabajamos humildemente para verla cumplida: esperamos un mundo mejor y, por alcanzarlo, nos hemos hecho operadores de concordia y de paz.
La paz, corazón de nuestra fe:
No veo, queridos, de qué manera podría el hombre desear encontrarse con Dios, no veo de qué manera pudiéramos alegrarnos de ese encuentro, si “encontrar a Dios” no hubiese significado para nosotros “encontrar la paz” que necesitamos, la justicia de la que tenemos hambre, el bien que siempre añoramos.
La paz, el mejor de los bienes que podamos desear, pertenece al corazón de nuestra fe, pues su llegada se anuncia al mismo tiempo que se anuncia el nacimiento de nuestro Salvador, y no podremos ya separar jamás la alegría por la Navidad y la alegría por la paz: Hoy nos ha nacido el Señor, y es su nombre: «Príncipe de la paz».
Porque hemos creído, llevamos en el corazón a Cristo y su paz.
Porque son muchos los que, buscándola, todavía no la hallaron, nosotros trabajamos por ella, para que la encuentren.
Vosotros sabéis que llevar la paz al corazón de un hermano es dejarle a Dios en herencia.
La paz, corazón de nuestra tarea:
Dios nuestro Padre, que con providencia amorosa nos llamó al conocimiento de su Hijo y a la comunión con él, nos ha enviado, ungidos por el Espíritu Santo, como envió a su propio Hijo. En nuestras manos puso el evangelio para los pobres, libertad para los cautivos, vista para los ciegos, gracia para los pecadores, amor para todos.
Si consideráis vuestra tarea, daréis nombre a la gracia que se os ha concedido llevar a vuestros hermanos: la gracia del pan, de la educación, de la salud, de la ternura, de la compasión… Podéis decir que a todos estáis llevando sacramentos de Cristo Jesús, el único que para toda la humanidad es Pan, Sabiduría, Salud, Misericordia, Gracia… Pero podréis también decir que a todos estáis llevando la paz que necesitan y que Dios les ofrece.
De la misma manera que no podríais entender vuestra vida sin el Hijo de Dios que “nos ha nacido”, no la podéis entender sin los pobres con quienes ese Hijo vino a compartir alegrías y esperanzas, tristezas y angustias. Si los pobres son el destino de nuestra vida, nosotros seremos en sus vidas una oportunidad para la paz. Creo que lo podremos decir así: Hemos sido ungidos con el Espíritu de Jesús para llevar a los pobres la paz.
La paz, corazón de nuestra mirada:
Muchas veces os he bendecido con palabras que aprendí del hermano Francisco de Asís antes de leerlas en la Sagrada Escritura: “El Señor os bendiga y os guarde, os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros; vuelva a vosotros su mirada y os conceda la paz”. La misericordia es el corazón del rostro de Dios; la paz es el corazón de su mirada.
Pide ver el rostro de Dios nuestra esperanza de encontrar su misericordia. Pide que se fije en nosotros la mirada del Señor nuestra esperanza de que esa mirada nos traiga la paz.
Y el corazón intuye que, cuando de Dios recibimos su paz o su misericordia, en realidad es a Dios a quien recibimos, es el mismo Dios quien viene a nosotros.
En esta escuela de la divina bendición, hemos de aprender los caminos secretos de la paz. El Espíritu que nos ha ungido para llevar a los pobres la paz, ha de iluminar con ella nuestra mirada, ha de ungirnos el rostro con la benignidad de la misericordia.
La paz, tesoro guardado en el corazón:
Puede que sean muchos quienes consideren sus razones o sus intereses o sus sentimientos un tesoro más valioso que la paz.
Puede que sean muchos quienes entreguen su corazón a ideologías, riquezas, odios, y sacrifiquen en ese altar el deseo de paz que todos llevamos dentro.
Dichosos vosotros, si en el corazón guardáis la paz, como la Madre de Jesús guardaba en el suyo los misterios de la fe, como vosotros guardáis en el vuestro a Cristo nuestro salvador. Dichosos vosotros, si amáis la paz como amáis a Cristo. Dichosos si trabajáis por la paz: Quien de vosotros la reciba, os recibirá a vosotros, y con vosotros, con vuestra paz, recibirá a Cristo.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. “La paz es la que engendra los hijos de Dios… es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad” (San León Magno).
Tánger, 1 de enero de 2013.
Solemnidad de Santa María Madre de Dios.
Jornada mundial de la paz.
+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger