DESAPEGO Y CONFIANZA

0
2064

(Mons. Tolentino de Mendonça). Según el filósofo Paul Ricoeur, entre dos palabras muy simples es donde la Pascua, el contenido más desmedido de la fe de los cristianos, se ilumina. Estas palabras son: desapego y confianza. La clave para entender a Jesús pasa por ellas.

Comencemos por el desapego que es, como sabemos, una forma de renuncia, pero no solo. Se define, es verdad, como un desmantelamiento del interés propio, pudiendo llegar ese proceso de relativización y anulación cada vez mayor, hasta las consecuencias últimas. Pero el desapego es también transferencia de amor al otro. No basta, pues, negarse a sí mismo o sacrificarse. Hay una dimensión positiva de generosidad, de don, de vida entregada y compartida que nos ayuda a percibir el desapego. En este sentido, Ricoeur señala los límites de una lectura puramente sacrificial de la muerte de Jesús, que lleva casi a suponer que su muerte fue un precio necesario para satisfacer a Dios. Es cierto que los Evangelios, reflexionando sobre la muerte de Cristo, dicen: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho y sea rechazado» (Mc 8,31; Lc 17,25). Sin embargo, hay que evitar la reducción a un equívoco fatalismo teológico en la entrega de Jesús. Si la muerte de Jesús forma parte del designio de Dios, no dejó en ningún momento de ser un destino libremente aceptado. Es importante, por tanto, repensar (o, en cualquier caso, complementar) la tradición del sacrificio a partir de la lógica del don. Pues es el enfoque del don el que debe prevalecer.

«Nadie me roba la vida, soy yo quien la doy», afirma Jesús. Sin eso, no se percibe la verdadera dimensión del gesto que representa la cruz. Pero incluso este desapego solo se completa en la instauración de una fundamental confianza. ¿Confianza en qué? Confianza en la respuesta de Dios, en la certeza de que Dios se acuerda de nosotros, y de que su cuidado puede sostener y garantizar la vida del justo, incluso, en el imposible extremo de la muerte. La resurrección de Jesús no es solo horizontal. Esto es, no pasa simplemente por la recensión y transmisión posterior de su testimonio por los discípulos. Jesús no solo permanece vivo en la fe de los que creyeron y creen en él. La resurrección de Cristo es, ante todo, un acontecimiento vertical, una acción insurrecta de Dios que responde recapitulando todo en el día de su amor. Por eso, el acontecimiento pascual necesita ser creído antes de ser confesado.