viernes, 19 abril, 2024

DEJARSE IMPACTAR…

(Teresa Comba). Iniciamos Junio, un mes agradable y luminoso, en el que, aunque la vida laboral todavía continúa, ya el verano nos hace algún que otro guiño: Las terrazas se llenan, la gente transita animada por las calles hasta caer la tarde, e incluso en las noches sosegadas, momentos privilegiados y sagrados para la comunicación y el descanso en buena compañía. Una oportunidad para compartir sentimientos, tristezas y sueños con los amigos. El día veinticuatro tendrá lugar una bella fiesta, la de san Juan Bautista. Reconozco que le tengo un especial cariño, ya que era el santo de mi padre, Juan Miguel, y le gustaba celebrarlo. Casi sin quererlo, nos trasmitió el gusto por festejar estos momentos especiales juntos. En esta solemnidad  tan popular, recordamos a Juan, el precursor de Jesús, aquel que predicaba en el desierto, posiblemente, como muchos de nosotros hoy, aquel que se daba cuenta de que el mundo no podía seguir así, aquel que no se acostumbró a la injusticia, a las existencias en la miseria, sino que veía la necesidad de un inminente tiempo nuevo, de un cambio radical de vida…

Hace algunas semanas fui con una amiga a ver una película llamada: Cafarnaúm, escrita y dirigida por Nadine Labaki y protagonizada por el pequeño Zain Al Rafeea. Un niño libanés vive en un suburbio de Beirut, en el seno de una familia indigente. Huye de una situación penosa, ya que sus padres no son capaces de darle la protección y el cuidado que necesita. El crío se rebela ante todo ello y a sus doce años se exilia a la calle, siendo acogido por una mujer sin papeles. Finalmente denunciará a sus progenitores para que lo vivido no se vuelva a repetir. Desamparo infantil, negligencia y abuso terribles. Gracias a su impresionante interpretación, nuestro protagonista, refugiado sirio en realidad, con su mirada penetrante, honesta y sincera, incorpora a los espectadores a su viaje conmovedor y tremendo. Al acabar la proyección, la gente se levantaba de sus asientos. Nosotras no podíamos… seguíamos junto a Zain. Nos pesaba el dolor del mundo. En la calle la temperatura era buena, la gente charlaba y reía, otros miraban el móvil sin parar, enviaban y recibían mensajes… como si nada hubiera pasado. Pero mi  amiga y yo permanecíamos en Beirut, calladas.  Sabíamos, como sabía Juan en su tiempo, que aquello no era una película. Gracias, Nadine y Zain por recordárnoslo…

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