Le pedimos al diccionario palabras para nombrar al Señor a quien amamos: “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte”.
Y, al ritmo del salmo, vamos repitiendo de corazón el estribillo: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza”.
Con el salmista, la comunidad eclesial está expresando su amor al Señor, amor agradecido al que es para su pueblo misericordia protectora y fuerza salvadora.
Me pregunto qué sentido tiene ese salmo responsorial cantado después de una lectura de mandamientos en los que Dios manifiesta su compromiso con la suerte de los forasteros, las viudas, los huérfanos, los pobres.
Y la madre Iglesia me responde que ella es –nosotros somos- una comunidad de forasteros, una comunidad de viudas y huérfanos, a quienes Dios hizo su familia; la Iglesia es una comunidad de pobres que Dios enriqueció con su pobreza.
Un canto de amor nace de una experiencia de amor.
Desde tu pobreza confiesas: “Él nos amó primero”.
Desde esa experiencia de amor, cantas: “Yo te amo, Señor”.
Me pregunto por qué, un fariseo, para poner a prueba a Jesús, le pide que señale el principal mandamiento de la ley, y por qué esa petición representa una trampa para Jesús.
Y sólo se me ocurre pensar que aquel inquisidor delegado tenía la certeza de que Jesús nombraría a los pobres antes que a Dios. Su lucha contra los males que afligían a los pobres era lo que todos habían visto siguiendo a Jesús: leprosos que quedaban limpios, paralíticos que caminaban, mujeres enfermas que se levantaban, endemoniados de los que él expulsaba a los espíritus, ciegos que recobraban la vista…
Incapaces de reconocer en Jesús a Dios que sale al encuentro de los pobres, los fariseos lo consideraban un instrumento “del jefe de los demonios”.
Hoy nosotros escuchamos la respuesta de Jesús, y la guardamos en la memoria de la fe, en el secreto del corazón, en las entrañas de nuestra vida: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Amarás, porque es infinito el amor que has conocido en ese Hijo entregado por Dios para ti.
Amarás, porque es extremo el amor que ese Hijo te ha revelado en su cruz.
Amarás, porque el amor de Dios ha sido derramado en tu corazón con el Espíritu Santo que se te ha dado.
Amarás, porque Dios te ama…
Y el amor experimentado se hace canción y servicio: Canto de amor al que te amó primero. Servicio a los pobres, porque Dios te sirvió primero.
“El que me ama, guardará mi palabra –dice el Señor-, y mi Padre lo amará, y vendremos a él”.
Guarda en el corazón a Cristo Jesús: Escucha, comulga, canta, sirve, y serás morada de Dios.
Feliz domingo.