NÚMERO DE VR, NOVIEMBRE 2020

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VR Noviembre. Especial #FRATELLI TUTTI. Con el análisis de la Encíclica de: Card. Baltazar Porras; Card. Cristóbal López; Maricarmen Bracamontes, benedictina; Ana Almarza, adoratriz; José Cristo Rey, claretiano; Santiago Agrelo, Franciscano-Arzobispo y Luis A. Gonzalo, claretiano. La propuesta de Retiro mensual de Mª Pilar Avellaneda y las firmas de: Rino Cozza, Dolores Aleixandre, Anna S. Boira, Card. Tolentino, Hans Zollner y Gemma Morató. La entrevista al Nuncio Andrés Carrascosa. El libro del mes: «El poder de la tradición» por Francisco J. Caballero… Y mucho más.

De la fraternidad del hogar a la fraternidad del mundo

Es evidente que vivimos en una sociedad compleja. Ni siquiera la vulnerabilidad que padecemos ha conseguido bajarnos los «humos» de la soberbia. Sigue presente el creernos «por encima de», «superiores a», «capacitados para»… porque pertenecemos a la cultura de la posibilidad y, en cierto modo, al grupo privilegiado que se siente autorizado para juzgar a quienes no tienen, no pueden o no son como nosotros.

La vida consagrada de este tiempo tiene que hacer un recorrido paradójico. Más que pedirle al Dueño de la mies fortalezas, ha de aprender a pedir providencia y confianza en la debilidad. Solo desde una vuelta que acoja la debilidad en clave evangélica conseguiremos levantar la mirada y ofrecer limpiamente la originalidad de nuestros carismas.

Acabamos de recibir la encíclica Fratelli tutti. Casi sin tiempo para saborearla y permitir que se transforme en convicción de vida, nos hemos lanzado a decir qué dice, qué no dice, a dónde nos lleva o en dónde nos deja. Es otro signo de nuestro tiempo: Analizar precipitadamente hasta la extenuación. Así se logran dos «virtudes» contemporáneas: Una, estar informados o saber y, dos, manejar y domesticar la información. Algo así como si los oyentes de Jesús, aquellos discípulos y discípulas, al oír una parábola, enseguida dijesen, «no es del todo correcta la comparación porque no siempre la lluvia cae bien en el crecimiento de la semilla» o algo todavía más contundente: «cómo se atreve a hablar de grano de mostaza, si aquí no se produce…». El caso es tener algo que decir y perdernos en el texto.

Fratelli tutti habla, exhorta, fundamenta y anuncia la fraternidad como el camino. El único y previo, anterior a otras maravillas. El cauce para que se pueda hablar de mundo, humanidad y vida. El lugar donde se inscribe la Iglesia y, por supuesto, la vida consagrada de la mano del pueblo de Dios. Es el sueño más original y verdadero de la persona. Es su necesidad y esperanza de realización. No solo nos necesitamos, disfrutamos de tenernos. La fraternidad acerca cualquier distancia. Por eso, no hay cultura ni contexto; religión o convicción que imposibilite que dos personas libres y conscientes se reconozcan como hermanos en el camino de la vida.

Los consagrados tenemos como distintivo la fraternidad. Es nuestra forma de ser y presentarnos en el mundo. Es el lugar de la misión porque es el lugar de la vida. Hemos recibido el don de hacer palpable lo que la lógica estima imposible: somos verdaderamente hermanos. Es, por tanto, la fraternidad de nuestros hogares o comunidades no solo una tensión espiritual que hay que tener presente, sino un principio con el que tenemos que ser coherentes. A los consagrados nos garantiza la calidad de vida fraterna y nos destruye la mediocridad cuando la reducimos a mercadeo, compensación o acepción de personas. Nos jugamos tanto que debe ser la ocupación para este tiempo. Debe inquietarnos qué capacidad personal tenemos para expresar comunión con todos y todas, y qué cuidado estamos ofreciendo (y recibiendo) en el espacio denominado comunidad.

La pandemia ha reducido sensiblemente apariciones, contactos, encuentros, etc. No sé si ha conseguido aquel sueño del Papa de salir fortalecidos y mejores. Me temo que la pandemia está poniendo de manifiesto que  aquello que creíamos «propiedad» –la vida fraterna– no está tan fuerte ni consolidada. Hay más voluntarismo que gracia; más esfuerzo que gozo y más soledad que complementariedad y encuentro.

El Papa nos ofrece una visión muy necesaria. Ensancha la tienda. Nos habla de la fraternidad en mayúsculas. Con una visión sin límites ni fronteras. Es para todos y todas. Es también la nuestra. Pero al mirarla como horizonte, tal vez, se amplíe también nuestra visión, nos desplace a los grandes valores y dramas de nuestra humanidad y dejemos de identificar fraternidad con batallitas domésticas o ritmos caducos que nada tienen que ver con el proyecto del Reino. Quizá, empapados del mensaje entusiasmante de «despertar el sueño de una sociedad fraterna» (FT 4), los consagrados, respiremos, gocemos, reivindiquemos y construyamos comunidades que nos llenen y sean inspiradoras de fraternidad para el mundo. Veremos.