Sé que no soy la única a la que el asesinato de Isabel Solá en Haití le ha conmocionado y le ha hecho pensar mucho durante la última semana. Y no es sólo por la cercanía que provoca que fuera de la misma nación, o por conocer a Hermanas suyas de Congregación que hace que entienda lo que supone perder de este modo a alguien con quien has compartido vocación, o porque su muerte delate que en muchos lugares la vida humana vale menos que el contenido de un bolso, o porque su tarea levantando un país destruido fuera loable… no, no es sólo por eso.
Lo que más me ha venido a la cabeza en estos días son unas palabras suyas tras el terremoto del 2010 que estaban llenas de doliente verdad: “No sé por qué estoy yo viva, me da rabia estar siempre entre los que tienen suerte”. Y se me ocurría pensar que quizá la vida creyente y también la Vida Religiosa tienen mucho de suerte.
Tenemos la suerte de poder servir a muchos de cuya suerte nos hacemos cómplices y en cuyas vidas nos implicamos, como hizo Isa en Haití. Y, además, tenemos la suerte de compartir la misma suerte de Aquél que nos amó hasta dar la vida… como Isa que, con la “mala” suerte de ser disparada por un desconocido, apuró una existencia volcada en otros.
De vez en cuando, como ha sucedido esta semana, algunas personas nos recuerdan que sentirse llamadas a dar la vida es la paradójica suerte de quienes seguimos a Jesús.