Existen elementos esenciales e ineludibles para la realización de un buen capítulo: la oración, el silencio, la apertura de Espíritu, la escucha y el diálogo, pero ahora en otros ámbitos se requiere hacer borrón y cuenta nueva. La pandemia lo ha trastocado todo y la prórroga permite que nos planteemos escenarios distintos, desde los temas, para poder asumir retos según los tiempos, hasta los participantes.
Así pues la primera oportunidad es romper con el esquema inicial preparado milimetradamente, un poco al estilo de lo que sucedió en el Concilio Vaticano II. Es el momento de escucharse, de dar la palabra a los que desean otras formas de vivir en comunidad y que sugieren que nos hemos apalancado.
La segunda oportunidad es ver a quién elegimos para participar en el capítulo. Tradicionalmente los ha habido: pasivos, distraídos, los que se despiden de estas cuestiones y claro, los activos en diferentes formas: unos sufridores, otros dinamizadores y otros destructores.
La pasividad debe sacarse de los capítulos, gente que no abre la boca, que le da igual ocho que ochenta mientras no se alargue la asamblea y no desean responsabilidad alguna; la distracción forma parte de la vida pero hay momentos en que no se debe permitir; y huyamos de los que son enviados como “premio” porque terminaron una responsabilidad o es un veterano de los capítulos y ese será el último.
En los activos: sufrir si se ofrece a Dios y se participa redunda en bien de todos; los dinamizadores buscan expresarse, compartir, dar soluciones y sopesan lo que se dice. Prescindamos de los destructores o más bien de los manipuladores que adoctrinan a los débiles y así se cede el paso a la dejadez y al cansancio.
Todos tienen derecho a ser elegidos pero aunque suene feo no todos son candidatos a un capítulo. No todos podemos cantar en un coro.