De bien nacidos…

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El Evangelio de este domingo nos recuerda que el agradecimiento es un modo de estar en el mundo. Ante diez leprosos curados por Jesús sólo uno, un samaritano, tuvo el reflejo de volver a dar gracias. Todos iban de camino al Templo, a presentarse a los sacerdotes como les habían mandado, pero solo ese samaritano (como aquel de la otra parábola) fue capaz de dar gritos de alegría y volver a la fuente de la salvación.

Ese extranjero excluido del pueblo de Dios, de la salvación hereditaria, es el único que, por fe, vuelve. Fe que es siempre volver agradecido y gozoso. Uno de nueve es una proporción muy baja, pero es la proporción real de los que se paran y vuelven, de los que son capaces de alegrarse por los regalos de Dios y que reconocen que ese Dios también está en el camino, en un espacio de nadie (entre «Samaría y Galilea») y no sólo en el Templo, encerrado por varios candados rituales sacros.

Un Dios del camino que sana porque es compasivo y que espera siempre la vuelta de los suyos (como ese Padre que sale a buscar a sus dos hijos que se fueron de casa). Un Dios que no exige pero que sí espera esa vuelta, con el corazón pleno de gozo, de los que siguen caminando y son capaces de volver al reconocer que lo que son les fue dado.

De bien nacidos es ser agradecidos. Y aún más: de los nacidos del agua y del Espíritu ha de ser esta actitud agradecida de los que todo lo esperan porque todo reciben, sobretodo en esas tierras de nadie dónde habitan los leprosos, entre «Samaría y Galilea»

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