Hoy la Iglesia nos ha propuesto una parábola de Lucas que, desde mi punto de vista, nos denuncia con seriedad a todos, especialmente a la vida consagrada… al menos así me ha sonado esta mañana cuando la escuchaba una vez más en la Eucaristía. Situémonos: un hombre invita a un banquete a mucha gente que, uno a uno, van poniendo excusas para no acudir (cada cuál más razonable, eso sí) hasta que el anfitrión decide llenar la sala de cojos, pobres y demás gente “de mal vivir”. Y, no sé muy bien el motivo, pero a mí se me ocurría pensar que la de excusas que muchos consagrados y consagradas pondríamos a semejante invitación a “perder el tiempo” en un banquete si no supiéramos el final de la parábola: seguro que teníamos una reunión fundamental para programar no sé qué actividad de pastoral, o unos cuantos documentos que leer sobre las últimas directrices de la Iglesia sobre Nueva Evangelización, o unos cuantos papeles (urgentísimos todos, ¡por supuesto!) que hay que rellenar para entregar a tiempo a alguna administración pública, o una comisión de trabajo para elaborar proyectos y documentos para ser “más significativos/as”… ¡vamos! ¡Las agendas demasiado llenas con demasiadas tareas importantísimas y urgentísimas como para tener “vida social” y gastar el tiempo en algo tan poco provechoso!
Las excusas, como siempre (también en la parábola) son legítimas y “políticamente correctas” pero muchas veces nos impiden “perder el tiempo” compartiendo con otros sus preocupaciones, sus alegrías, sus búsquedas… y se convierten en ocasión perdida de amar en lo concreto. Tanta agenda y tantos “banquetes rechazados” que no nos dejan encontrarnos con ese Jesús que, como decía San Francisco, viene a nosotros cada día en humilde apariencia.