viernes, 19 abril, 2024

Das al vespertino lo que al mañanero

O lo que viene siendo lo mismo: que Dios es el que da sin medida y al que quiere, sin que importen las medidas utilitaristas.

Es la parábola de los viñadores que llegan a distintas horas para trabajar a la viña y todos reciben el mismo sueldo. Para el sistema neoliberal (el nuestro) que premia el tiempo y la dedicación es una blasfemia… para nosotros también.

Si el Reino fuese una empresa sería una locura y una ruína. Pero no lo es. En la dinámica propuesta por Jesús, de parte del Padre, es el sentido profundo de lo que nos es regalado todos los días. No somos nosotros los que ponemos lo criterios aunque lo intentemos. No somos los que pagamos, ni los que llamamos a los trabajadores. La viña no es nuestra.

Sí que seguimos mirando con envidia a esos y esas que llegan siempre tarde (como el hermano mayor del hijo que vuelve roto) o sin derechos adquiridos (creemos) o sin papeles o sin que nosotros les digamos nada… Y de pronto nos los encontramos trabajando en la viña, mano a mano, un ratito, sólo un ratito. Y cuando llega la hora de recibir el jornal, que paga el dueño, reciben lo mismo que los que llevan sudando todo el día. Y algo se nos revuelve dentro, porque somos los que más trabajamos, los que cumplimos, los que nos desvivimos, los que nunca abandonamos la casa del padre, los que, al fin y al cabo, nos hacemos dueños de la viña, de la casa, de las normas, de la vida, de los dones. Porque somos cicateros ( RAE: adj. Mezquino, ruin, miserable, que escatima lo que debe dar) con lo que ni siquiera es nuestro.

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