“Daos cuenta de lo que el Señor quiere”:

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La Sabiduría se ha construido su casa… ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”. Nuestra fe entiende que nos están hablando de Cristo el Señor, de la casa que la Sabiduría de Dios ha levantado para nosotros, y en la que ha dispuesto su banquete. La fe entiende que se nos está hablando de la Eucaristía en la que participamos, de la Palabra de Dios que escuchamos, del Pan de Dios que comemos.

La fe te dice que en la mesa de la divina Sabiduría, en la Eucaristía como en la Encarnación, se te ofrece Cristo Jesús.

En nuestra debilidad, no alcanzamos a intuir la grandeza de ese don divino; por eso, humildemente, buscamos luz que nos guíe hacia las profundidades del misterio.

Por un momento, imagina sin Cristo la vida de María de Nazaret. Habrías de pensarla sin la plenitud de gracia que vio en ella el ángel de la anunciación; habrías de pensarla sin la turbación de aquella hora y sin su plenitud de alegría; habrías de pensarla sin la maternidad virginal que se le anuncia, sin la virginidad fecunda que conoció, sin los innumerables gestos y palabras que aquella mujer había de guardar en el corazón.

Por un momento, imagina sin Cristo el camino de los leprosos que se encontraron con él. Los habrías dejado con la maldición de su lepra, con su impureza, con su marginación, con su vida sin más futuro que la muerte.

Por un momento, imagina sin Cristo el camino de los ciegos que él curó, y los entregarías de nuevo a un mundo de oscuridad.

Por un momento, imagina lejos de la cruz del Nazareno la cruz de aquel ladrón que nada pidió sino un recuerdo en los días su Reino. Si de aquella cruz alejas la de Cristo, le habrás arrebatado a aquel ladrón el paraíso.

Ahora ya puedes decir qué te faltaría a ti si te faltase el pan que para ti ha preparado la Sabiduría de Dios; ahora ya puedes decir quién es Cristo para ti: Mi alegría, mi gracia, mi paz, ni luz, mi esperanza, mi justicia, mi vida, mi paraíso, mi todo, mi Dios.

La fe, que ilumina el misterio de lo que recibo, ilumina el misterio de lo que he de dar. El que se puso a mis pies para lavarlos, el que todo se me entregó para que yo viviese, me dijo: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis”, pues “el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía”.

Puede que ésa sea nuestra última y nuestra primera vocación: llevar alegría, gracia, paz, luz, esperanza, justicia, vida a la mesa de los pobres. Puede que así vean en nosotros a Cristo Jesús. Puede que así vean en nosotros el rostro amoroso de Dios.

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