Recuerda lo que dijo el Señor por el profeta: “Oíd, sedientos todos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde”. Y fíjate en lo que ahora dicen a Jesús sus discípulos: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”.
El Señor había dicho: “Comed sin pagar”. Y los discípulos dicen: “Que vayan y se compren de comer”. No han entendido todavía que el tiempo ya se ha cumplido, aún no saben que la mesa está ya servida, aún no reconocen en Jesús la palabra que Dios dice, el pan que Dios da para la vida del mundo.
Pero tú, Iglesia de Cristo, ya has creído, ya te has sentado con tu Señor a la mesa del Reino de Dios, ya has llenado de sentido nuevo las palabras del salmo antiguo: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Tú ya no puedes despedir a la gente para que, lejos de ti, vayan a comprar de comer. Te lo recuerdan las palabras de Jesús a sus discípulos: “No hace falta que vayan; dadles vosotros de comer”.
En la última cena con sus discípulos, “mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»”. Ahora, el mismo que todo se te entregó en aquel pan, el mismo a quien recibes en tu eucaristía, reclama tus panes, reclama tu entrega, reclama tu vida para que des de comer al hambriento. Ahora tú, como tu Señor, eres pan que Dios entrega a los hambrientos para que no hayan de gastar dinero en lo que no alimenta, el salario en lo que no da hartura. Ésa es tu vocación, ésa es tu misión: ser pan de Dios en la mesa de los pobres.