CUANDO HACEMOS LAS PREGUNTAS EQUIVOCADAS

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Cuando hacemos las preguntas equivocadas podemos encontrarnos con respuestas inútiles o desorientadoras.

Cuenta el evangelio de Lucas que un día un maestro de la ley le preguntó a Jesús: ¿quién es mi prójimo? Jesús no le respondió porque la pregunta estaba mal formulada. Lo que hizo fue enseñarle cuál era la buena pregunta, para que así el maestro encontrase la respuesta adecuada. Para ello Jesús le contó la parábola del samaritano misericordioso, que se paró a cuidar de un herido después de que dos clérigos pasaran de largo, y terminó con la buena pregunta: ¿cuál de esos tres te parece que fue prójimo del herido? O sea, la pregunta adecuada no es quién es mi prójimo, sino cómo voy a convertirme yo en prójimo del necesitado. ¿Cómo ser yo prójimo, cercano, solidario con el primero que me encuentro?

Cuando decidimos formar parte de un grupo religioso o incluso de un grupo humano, solemos preguntarnos: ¿qué voy a ganar yo entrando en ese grupo? Es un modo de preguntar: ¿cómo voy a aprovecharme de esta comunidad? A veces, hay quien decide casarse desde presupuestos parecidos: ¿qué voy a sacarle yo a mi pareja, qué me va a dar? Entonces uno se casa por interés. La buena pregunta, cuando decido entrar en una comunidad religiosa es: ¿cómo voy a contribuir yo al crecimiento de la comunidad, a que haya más fraternidad y alegría? Lo mismo cuando uno quiere casarse: ¿cómo voy a hacer feliz a mi pareja?

Preguntar pensando en uno mismo y en los propios intereses, es una mala pregunta. La buena es preguntar lo que puedo hacer por el otro. Y entonces, paradójicamente, la respuesta a esta buena pregunta redunda no sólo en beneficio del otro, sino en mi propio beneficio. Porque cuando atiendo al herido, favorezco el buen ambiente comunitario o trato de hacer feliz a mi pareja, el primero que gana soy yo, puesto que la salud, el buen ambiente y la felicidad del otro me enriquecen a mi, me hacen más sano, más solidario, más amante.

Otra mala pregunta que, a veces, hacemos los creyentes es: ¿cómo voy a encontrarme con Dios? La buena pregunta es: ¿cómo voy a situarme para encontrarme con el Dios que siempre me está buscando? La buena pregunta no es: ¿dónde está Dios?, porque Dios está en todas partes, pero no todos le encuentran en todas partes. Por eso, la buena pregunta es: ¿cuál es la adecuada disposición para encontrarle?