CRISTO HA RESUCITADO

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1987

 Para los clandestinos y los excluidos, los humillados y los esclavizados, para quienes el futuro previsible sea el de honrar la memoria de un joven amigo muerto, para hombres y mujeres que soñaron amanecer en un mundo nuevo y despertaron en la orilla oscura de su mundo viejo, para todos ellos es la buena noticia de la Pascua: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO”.

¡Buscar a Jesús!:
En los días lejanos de su infancia marcada por el amor recibido y la pobreza experimentada, habían buscado a Jesús, para adorarlo, unos magos venidos de oriente. Lo habían buscado angustiados también su padre y su madre en una fiesta de pascua, cuando la de Jesús era una adolescencia recién estrenada. Ya adulto, todos lo buscaban, y le llevaban enfermos y pecadores que en él hallaban médico, salud y salvación. Lo buscó Zaqueo el recaudador, pequeño y pobre de justicia y de amigos. Lo buscó la población entera que se agolpaba a la puerta de la casa donde Jesús estaba como si aquella fuese en realidad, no la casa de Pedro el pescador, sino la casa del pan y de la vida.
También lo buscaron con ahínco sus enemigos: Lo buscó Herodes para matarlo, lo buscó Judas para traicionarlo, lo buscó una turba que fue con machetes y palos a prenderlo de noche en un huerto de angustias y de olivos.
Ahora, en la mañana del primer día de la semana, con las primeras luces del día, unas mujeres que habían observado dónde José de Arimatea había colocado el cuerpo de Jesús, lo buscan para embalsamarlo.
Aquellas mujeres habían seguido a Jesús por los caminos de Galilea, lo habían atendido, y luego habían subido con él a Jerusalén. Para ellas, seguir a Jesús había sido algo así como expatriarse de un mundo viejo para emigrar a un reino soñado, en el que Dios era el Rey, y el amor la única ley.  Ahora, abrumadas por la memoria del amor que recibieron y del mundo que soñaron, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, que han visto enterrado el futuro junto al cuerpo de un hombre llamado Jesús, se disponen a embalsamar las esperanzas perdidas. Les queda un amor abrazado a los recuerdos, les queda un sepulcro donde yace el cuerpo del amado, ¡y queda Dios!
Ellas aman y buscan. Y porque buscan, se les concederá encontrar a quien aman.
Si amas, hermana mía, hermano mío, aun cuando busques a Jesús donde ya él no está, y aunque signo postrero y penoso de tu fe y de tu vida sean sólo perfumes para embalsamar, admirado, puede que espantado, hallarás abierta la tumba y resucitado al que buscas.
Cristo ha resucitado. Alaba al Señor por Jesús el Nazareno, el crucificado.
Tú has resucitado. Alaba al Señor por ti, que crees.
Tu mundo es nuevo. Alaba al Señor por la nueva creación que Dios ha rescatado y que la fe te ha permitido ver.

“No está aquí. Ha resucitado”:
Quienes habían buscado a Jesús para escucharle, para atenderle, para seguirle, ahora lo buscaban para embalsamar su cuerpo. Por eso lo buscaban en el lugar donde unas manos piadosas y amigas lo habían sepultado al comenzar el descanso sabático. Quien a partir de la tarde del Calvario busque a Jesús, ya no podrá buscar sino en un sepulcro y a un crucificado.
El joven que en el lugar de los muertos y vestido de blanco parece estar a la espera de las mujeres que se acercan, les dice algo que parece obvio: El que buscáis, “no está aquí”; las mujeres podían ver que el cuerpo de Jesús no estaba allí. Sin embargo, las palabras del mensajero no son una obviedad sino un evangelio.
Aquel “no está aquí” es una buena noticia que el cielo da, y que por sí sola hace nacer en la mente y en el corazón de las mujeres un vivero de preguntas necesarias para que entonces ellas y ahora nosotros podamos acercarnos al misterio de la resurrección: ¿Dónde está? ¿A dónde lo han llevado? ¿Quién lo ha movido? ¿Por qué lo han trasladado? ¿Tú te lo has llevado? ¡Dinos dónde lo has puesto!
Aquel “no está aquí” es una revelación, es el primer resplandor de la Pascua de Cristo, es una forma sencilla de decir: “ha resucitado”. Y cuando el mensajero celeste diga: “ha resucitado”, nosotros entenderemos que aquella es una forma sencilla de decir “dónde está” el crucificado.
Queridos: el mensajero de Dios dice dónde Jesús no está para que le busquemos y le encontremos donde está.
Busca a tu Señor, y lo hallarás dentro de ti: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.
Busca al crucificado, y lo hallarás en los pobres: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber… Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
Busca al que amas, y lo hallarás en su cuerpo que es la Iglesia: “Nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia”. De la Iglesia, de ti mismo, puedes decir con verdad: “eres su propia carne”, “él, Cristo, te alimenta, él te cuida con cariño”, “hacéis una sola carne”. Di ti mismo, de la Iglesia, puedes entender que habla el mensajero celeste en la mañana de aquel primer domingo, cuando dice: “Ha resucitado”.
Busca al Resucitado, y lo encontrarás en su palabra: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” ¡Misterio de la divina palabra!: Los discípulos ya se habían encontrado en ella con Jesús, aunque todavía no le habían reconocido. Aún no se habían abierto los ojos para ver al Señor mientras le escuchaban; pero el corazón ya intuía la realidad de su presencia.
Busca al Resucitado, y lo hallarás en sus sacramentos. Por eso, de ti, Iglesia santa, se puede decir con verdad que has muerto y resucitado con Cristo en el bautismo; has sido ungida con Cristo por el Espíritu Santo; ofrecida con Cristo en sacrificio de obediencia; en Cristo purificada con las lágrimas de la penitencia; a él unida en el sufrimiento por la unción de enfermos; a él unida en el amor por el sacramento del matrimonio; a él unida en el ejercicio de su sacerdocio por el sacramento del Orden.
Cristo ha resucitado, y está a la derecha de Dios en el cielo: “(Esteban), lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está en pie a la diestra de Dios»”. Nadie piense, sin embargo, que estamos excluidos de este encuentro, pues donde Cristo está, también en la gloria de Dios, allí está el creyente que ha sido unido a él por la fe y los sacramentos: “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios”. “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
“No está aquí”, dijo el mensajero. Luego añadió: “ha resucitado”. Y tú ya sabes dónde buscarle para encontrarle: en ti mismo, en los pobres que caminan contigo, en la Iglesia a la que perteneces, en la Escritura que escuchas, en los sacramentos que celebras, en el seno de la Trinidad Santa donde habitas.
Tú buscarás siempre crucificados, clandestinos, excluidos, humillados, esclavizados… Sólo Dios, tu Dios, hará posible que los encuentres en Cristo resucitados con él.

Testigos de la resurrección:
A ti, Iglesia amada de Dios, a ti se te ha confiado el testimonio de la resurrección.
Puede que un día tengas una hermosa doctrina para explicar lo que has vivido y sistematizar lo que has recibido, pero lo que desde esta primera Pascua hasta el último día de la historia has de retener es el evangelio del que eres testigo: Cristo ha resucitado.
Darás testimonio con la palabra, pues en tu palabra, si es verdadera, irá tu vida de pueblo resucitado, tu gozo de asamblea redimida, tu canto de comunidad liberada.
Serás testigo con tu vida: Cristo mirará por tus ojos, curará con tus manos, orará con tus labios, amará con el corazón de tus hijos.
Serás testigo con tu muerte: La de cada día, la de la entrega aprendida mirando a tu Señor, la del abandono en las manos del Padre, la del olvido de ti misma para ser del que amas. Serás testigo con tu atardecer en la paz. Serás testigo, Iglesia y esposa, con tu último y definitivo sí.
Para ti, para tus hijos, para tus pobres, feliz Pascua de resurrección.