¿CREER en LA IGLESIA? (y 2)

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La fe humana es una entrega personal y confiada a una persona (al cabo del día hacemos cientos de «actos de fe» humanos); en la vida religiosa, la fe en Dios significa esa misma entrega y confianza en la persona de Dios, por eso, sólo en Él podemos creer en el sentido más radical y pleno del verbo «creer».  El Nuevo Testamento habla siempre de «creer en» para indicar una fe específicamente cristiana, «Mi Padre y yo somos uno… quien me escucha a mí, escucha al Padre… la Palabra no ecreer en Jesucristo crucificado y resucitado, fundando una relación con Cristo análoga a la relación con Dios.  Juan insiste reiteradamente en esta unidad trinitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu. Este es el contenido estricto y exacto de nuestro acto de fe: «Sólo Dios es digno de fe». ¿En qué sentido, pues, decimos «creo en la Iglesia católica?

La Iglesia es siempre un «sacramentum», es decir, una mediación, un camino; es la» «congregación de los fieles» creyentes en el Dios Uno y Trino. En este sentido, podríamos decir que la Iglesia no tiene por qué ser para el cristiano ni admirada ni criticada, sino «creída» (aceptada, asumida como realidad que conduce a la salvación que sólo Dios otorga): «sólo Dios basta», decía Teresa. Lo decisivo es precisamente la fe de la Iglesia, entendiendo esto no como «nuestra fe en la Iglesia» sino «la Iglesia que cree», la Iglesia como sujeto de fe (no como objeto): es la Iglesia la que cree en Dios, no nosotros los que hemos de creer «en» la Iglesia: «ecclesia credens» (Iglesia que cree), no «credere ecclesiam»: creer «en la Iglesia».

En definitiva, la Iglesia no es Dios, y Dios no puede ser suplantado, sustituido o desdibujado por nada ni por nadie: tampoco por la Iglesia. Por otra parte, «nosotros somos la Iglesia», la Iglesia no es «algo» distinto de  nosotros: nosotros la componemos, la configuramos, la «organizamos». Por tanto, somos una congregación de fieles  que se sienten hermanos, peregrinan como forasteros con el resto de la humanidad, gozan con sus aciertos y se duelen con sus pecados y miserias. La Iglesia siempre debe estar «referida» a Dios como «sacramento original de salvación», remitida siempre a la gracia de Dios y de su Espíritu. Por eso, por ser nosotros mismos Iglesia, no podemos (en sentido estricto) «creer en ella», sería como «creer en nosotros mismos», pretendiendo que la fuerza y vida que surge y late en la Iglesia manara de nosotros y no del Espíritu de Dios.

La Iglesia se constituye, por gracia de Dios, «mediante la fe»: una comunidad que no cree, simplemente no es Iglesia: la fe constituye la Iglesia. La Iglesia existe, no sólo porque Dios la crea sino porque los creyentes hemos aceptado su invitación a formar parte de ella a partir del Bautismo y alimentándonos de la Eucaristía. Es la opción de la fe que conlleva tomar parte en el proyecto de Dios, el sueño de Dios, o si se quiere, el Reinado de Dios que Cristo trajo a la tierra.

En esta realidad que vivimos, en esta Iglesia actual que ha perdido tanta credibilidad sociológica, ¿cómo podemos decir que la Iglesia es santa?