Uno: todos estamos en la misma barca. Por eso, o nos salvamos todos juntos o no se salva nadie. La técnica, la ciencia, el progreso nos han hecho pensar que somos todopoderosos, que el ser humano es capaz de todo y tienes soluciones para todo. El virus nos ha hecho caer en la cuenta de que el individualismo es perjudicial porque todo está conectado e interrelacionado. Por otra parte, ha puesto ante nuestros ojos lo frágiles que somos. De ahí que “el dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestra sociedad y sobre todo el sentido de nuestra existencia”.
Dos: una advertencia para la post-pandemia (¡esperemos que sea pronto!): Pasada la crisis sanitaria, “la peor reacción sería volver a caer en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. No deberíamos olvidarnos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado… Además, no se debería ignorar ingenuamente que la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca”. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia.
Y tres: importa leer las semillas de bien que se han manifestado durante esta pandemia, semillas que son el modo como Dios actúa en este mundo. A pesar de las sombras que no conviene ignorar, hemos visto también caminos de esperanza. “Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo”.