Siempre pasa. Es muy difícil esa ansiada objetividad. O nos centramos en quienes convocan, o en quienes acaparan las miradas o en quienes, por alguna razón, se han convertido en noticia. El envoltorio puede despistar el sentido de la celebración que no es otro que la pura gratuidad de Dios o el don de personas que tienen corazón donde cabe la humanidad.
Y es que la jornada de la vida consagrada tiene su lugar que es la vida. O mejor, las vidas…
Su sitio es algún claustro donde a duras penas consiguen cantar el salmo con el que, sin embargo, se emocionan; también es su sitio la infinidad de casas de mayores de nuestras congregaciones donde sumados a los achaques de la edad comparten con el pueblo –por el que se entregan– una pandemia que los diezma y debilita más y más.
Es esta jornada la de la mujer u hombre consagrado que, en su mediana edad, sopesa y sufre; sonríe y llora, al experimentar, en propia carne, que la consagración no es blandita ni fácil. Que hay algunos días que cree tener razones para salir corriendo y otros muchos, sin embargo, que celebra cómo la fe lo mantiene o la mantiene esperando.
Es la jornada de los jóvenes que sienten que algo han de hacer con su vida, incluso se emocionan con los signos de los carismas, pero quieren más claridad, ruptura con el pasado, menos miedo, más agilidad.
Es también la jornada de infinidad de comunidades que permanecen en el tiempo sin dejarse consumir por él. Se preguntan por su significado; se duelen por el alejamiento de la realidad y todavía vibran cuando ven que el rostro del mundo, el que Dios les posibilita ver, no es malo, ni agrio, ni enemigo. Es solo mundo, es nada menos que misión y vida.
Es la jornada de tantos y tantas que dan vida en la escuela haciendo de su jornada un todavía más de entrega, transparencia y perdón; o de quienes están en sanatorios, clínicas u hogares de ancianos… Hombres y mujeres que a veces urgidos por la necesidad, se ven obligados a descuidar el propio cuidado, la paz, el descanso o la alegría, tan imprescindibles para una vocación que es vivir queriendo.
Se celebra también la jornada de cuantos están siendo la familia real de niños a quienes el abuso y la miseria del mundo les ha robado la propia: hogares infantiles, promoción de niños migrantes, hijos e hijas de padres refugiados, huidos, encarcelados, enfermos o muertos.
Como es también la fiesta de quienes no se han ido de las zonas rurales y, en ellas, son médicos, acompañantes, confesores, informáticos, carteros, familiares, confidentes… son la cercanía de Dios.
Es la fiesta de los consagrados que son ministros ordenados y de la infinidad de servidoras y servidores de la Palabra para sus comunidades. Lo siguen haciendo con fe infinita cuando la proclaman y comparten; cuando la ven palpable y veraz en tantos gestos y actitudes como consigue fecundar.
Celebran su día mujeres y hombres anónimos que dejaron su historia y su amor y hoy, después de muchos años, siguen celebrando que están enamorados de una causa grande; de un Amigo, de un Maestro que vive en ellos y les dice, cada día, «no desistas, no decaigas, confía, la cruz culmina en la vida». Por eso no han dejado de orar y en nombre de toda la humanidad, bien de mañana proclaman: «por ti madrugo…».
Hoy es un día grande para ese colectivo de adultos que siguen teniendo corazón de niño que todo lo espera. Siguen creyendo que el bien al final triunfa. No desesperan y no tienen miedo. Han recibido la gracia de compartirlo todo. No exigen a los demás que lo hagan, pero no desisten en seguir haciéndolo para que se entienda que no merece la pena batallar por las cosas, sino por la vida y el bien de las personas.
Es el día de tantos consagrados que, de verdad, abren puertas. Respiran el viento del Espíritu que purifica y sana.
Es la fiesta de la vida consagrada que significa el aliento de Dios para la humanidad. Porque sigue siendo una propuesta limpia y libre; profética; anciana o joven pero, sobre todo, fecunda. Sigue siendo el lugar especial –ni mejor ni peor que otros– para la verdad, el acompañamiento, la sinodalidad y la misión.
Es la fiesta de tantos hombres y mujeres que han tenido la suerte de descubrir que Dios los llamaba a ser amor para la el prójimo, de mil maneras, con mil errores, pero con la gracia de saber que en sus corazones hay sitio para todos los nombres.