Convertirse, palabra cuaresmal

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Según el evangelio de Marcos, el primer verbo que Jesús emplea es “convertirse”. Y lo emplea en imperativo: “convertíos y creed en el Evangelio”. La razón de esta necesidad es que “el Reino de Dios está cerca”. Como está a punto de llegar hay que estar bien preparados para recibirlo. ¿Qué significa y qué implica convertirse? Convertirse es cambiar. Cambiar de actitudes y de pensamientos, porque lo que solemos pensar y lo que solemos hacer no favorece la llegada del Reino de Dios. Convertirse es darse la vuelta, dar la espalda a algo, dejar de mirar una cosa para mirar otra. Dejar de mirarse a uno mismo para mirar las necesidades del prójimo y preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre uno mismo y sobre los demás.

Estas palabras que el evangelista pone en boca de Jesús las emplea la liturgia en el rito de la imposición de la ceniza. La cuaresma empieza recordando la invitación de Jesús a convertirnos. Porque convertirse es una tarea permanente. No es un gesto que se realiza una vez, algo así como si cuando uno se ha dado la vuelta y ha dejado de mirar hacia dónde no toca, ya tuviera resuelto su problema. Darse la vuelta, en nuestro caso, no es un movimiento físico, sino una tarea existencial, que hay que renovar en cada momento. Porque mientras vivimos en este mundo, Dios no es una evidencia. Lo evidente son los placeres y las seducciones del mundo que nos inclinan a buscarnos a nosotros mismos en detrimento de los demás. Por eso, el creyente está en permanente estado de conversión: siempre se está volviendo hacia Dios. La conversión no es sólo una decisión inicial, es un estilo de vida. Con el amor ocurre algo parecido: nunca acabamos de amar. Amar es crecer continuamente en el amor.

Para convertirse es necesario sentirse atraído por “otra realidad” o, al menos, intuir que la realidad en la que se está no es buena y que hay otra mejor. No es una llamada en abstracto o vacía. Es una invitación a entrar en un mundo nuevo, a creer en el Evangelio. Supone la presentación de Jesús. Mirándole a él, fijos los ojos en Jesús, podemos entender qué significa convertirse, lo que debemos dejar y lo que debemos acoger. La conversión se concreta en actitudes diferentes según la situación de cada uno. En cualquier caso es una invitación a liberarse de las costumbres, de las presiones sociales, de las opiniones públicas, para dejarse llevar por el soplo del Espíritu.

La conversión adquiere una forma concreta mirando y escuchando a Jesús: se trata del respeto a los pequeños y a los débiles, de la compasión por los que sufren, de practicar el perdón, de abandonar los caminos de la violencia, de entrar en el camino del amor y del servicio. En ocasiones, la conversión puede darse sin que uno sea consciente de ello: algunas personas que dedican su tiempo a obras sociales, quizás no se plantean su actitud en términos de conversión, pero lo que hacen es el correlato humano de lo que el evangelio califica de conversión.