«Consolad, consolad a mi pueblo»

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Hoy, entrando en la celebración, escucharás una promesa: “Pueblo de Sión, mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír la majestad de su voz y os alegraréis de todo corazón”. Y subiendo a la mesa de la comunión, te asombrarás de ver cumplida la promesa que te hicieron: “Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, contempla el gozo que Dios te envía”.

El corazón de los pobres se sobresalta, el corazón de la Iglesia –comunidad de pobres convocada a la eucaristía- se sobresalta, el corazón de los que para todos son nadie se sobresalta, porque precisamente ellos son Dios para Dios, porque Dios viene a salvar a los nadie, y ellos, los nadie, se alegrarán de todo corazón.

Escucha la palabra del Señor, Iglesia comunidad de pobres, escucha su promesa, escucha su mandato: “Consolad, consolad a mi pueblo… habladle al corazón… Mirad, el Señor Dios llega con poder… Mirad, viene con él su salario… Como un pastor apacienta su rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”.

No es una ilusión: es una esperanza. No es un sueño: es una promesa.

Y hoy verás realizada la esperanza, verás cumplida la promesa: te pondrás en pie, subirás a la altura, y comulgarás el gozo que Dios te envía: comulgarás la misericordia que has pedido, la salvación que necesitabas, la gloria con que soñabas; misericordia y fidelidad, justicia y paz vendrán a ti, se besarán en ti, brotarán de tu tierra, pues a ti vendrá el Señor, contigo se quedará tu Señor, en ti se revelará la gloria de Cristo Jesús.

Para ti, las profecías ya son evangelio; lo anunciado ya se hizo buena noticia en tus oídos: Todo se ha cumplido y, sin embargo, ¡habremos de estar todavía en vela y esperar como si aún nada hubiese acontecido!

Es una gran paradoja: hemos entrado ya en la tierra prometida que es Cristo Jesús, y “esperamos todavía un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”, esperamos todavía un cielo y una tierra que serán siempre y sólo Cristo Jesús; lo hemos recibido ya y todavía lo esperamos; lo hemos abrazado ya, y todavía decimos: «Ven, Señor Jesús».

Ésa será siempre nuestra oración: «Ven, Señor Jesús». Y, mientras avivas con la oración la llama del deseo de recibir a Cristo, también se hace viva en ti la memoria del mandato recibido: Consolad, consolad a mi pueblo… habladle al corazón… Mirad, el Señor Dios llega con poder… Mirad, viene con él su salario… Como un pastor apacienta su rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”.

Y, de Cristo, buen pastor de tu vida, aprendes a ser buen pastor de todos los necesitados que salen a tu encuentro; de Cristo, aprendes a ser Cristo; de Cristo, aprendes a ser su cuerpo que es la Iglesia; de Cristo aprendes a apacentar y a reunir, aprendes a consolar y a hablar al corazón, aprendes a amar…

Es adviento: tiempo para que escuchemos promesas divinas y abracemos divinos mandatos.

Es adviento: tiempo para que deseemos y pidamos, tiempo para escuchemos y ofrezcamos.

Es adviento: tiempo de gracia para que aprendamos a hacer verdadera la Navidad.

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