CONFESIÓN Y ANUNCIO DE LA FE EN EL SIGLO XXI (I)

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Relectura de la encíclica “Lumen Fidei” para la Vida Consagrada

Al menos aquí en Europa –y en especial en España- el año de la Fe y con él la llamada a mantener la fe, a invitar a la fe, a transmitir la fe, es más necesaria que nunca. La Iglesia no se debe despistar, ni se debe entretener en cuestiones que no son de esta magnitud.

Tampoco la vida consagrada. También a nosotros nos tienta el “ateismo práctico”: vivir y actuar oficialmente en “nombre de Dios” y personalmente estar desconectados… No obstante, nuestras posibilidades de hacer llegar a otros la luz de la fe son inmensas, en este momento propicio.

INTRODUCCIÓN

a) El estado de la fe en nuestra sociedad

Nuestra sociedad se está acostumbrando a los funerales celebrados sin ninguna referencia a Dios; basta a lo más una alusión al “desde arriba”, que tiene un cierto impacto psicológico en el momento pero que con el paso del tiempo se difumina y desaparece como foco de interés. Nuestra sociedad se está acostumbrando a las celebraciones matrimoniales festivas, bellas, hasta en parajes exóticos, incluso solidarias, pero sin la menor referencia a nuestro Dios. Nacen niños, se celebra su nacimiento, pero sin referencia al Dios Creador y Padre. Hay un turismo religioso, que no busca el encuentro con Dios, sino la satisfacción de una curiosidad artística, o exótica….Vemos como normal que personajes relevantes de la ciencia, de la cultura, de la política, del arte en todas sus expresiones, de la economía, del deporte se confiesen no-creyentes.

Asistimos también a un alejamiento progresivo de la fe motivado por la seducción de realidades inmediatas que acaparan la atención de la gente: la crisis económica, la actualidad política y cultural, el ritmo festivo, deportivo, las nuevas propuestas de salud, embellecimiento, distracción, turismo, que la sociedad ofrece. Nuestra sociedad europea, se va alejando progresivamente de la fe en Dios, de la fe en Jesús.

La sociedad emergente, las nuevas generaciones son mayoritariamente no-creyentes. Los familiares que al menos practican su fe y creen asisten al espectáculo con demasiada comprensión. Nosotros mismos, con resignación, como si de algo irremediable se tratara.

La encíclica “Lumen Fidei” del papa Francisco quiere salir al paso de esta situación. Aunque es verdad que su autoría es fundamentalmente del Papa emérito Benedicto XVI, sin embargo, el papa Francisco la ha asumido como propia y sólo él la firma. Algo parecido ha ocurrido con otras encíclicas cuyas autoría no era originario del mismo Pontífice y sin embargo él las asumió como propias

b) El estado de la fe en la vida consagrada

Esta situación nos lleva a preguntarnos por la vida consagrada en la Iglesia: ¿somos confesión y anuncio de la fe en este siglo XXI?

No ha sido frecuente, en estos últimos tiempos hablar de la vida consagrada en la perspectiva de la fe. El Concilio Vaticano II nos habló de ella en la perspectiva de la caridad: “Perfectae Caritatis”. Últimamente –ante la situación en que nos encontramos- ha sido también frecuente hablar de la vida consagrada en la perspectiva de la esperanza. Por eso, nos puede resultar un poco extraño y poco habitual hablar de la vida consagrada desde la perspectiva de la fe y de la transmisión de la fe. Sí es verdad que la exhortación apostólica de Juan Pablo II “Vita Consecrata” dedica la primera parte a la “Confessio Trinitatis”, pero sin abordar específicamente el tema de la fe.

El tema de la fe, tal como se nos presenta en la encíclica del Papa Francisco “Lumen Fidei” nos lleva a formularnos –ya de inicio- algunas preguntas, que en la medida en que aparecen, pueden inquietarnos de verdad:

¿Qué significa para nosotros, los religiosos y religiosas, la fe? ¿Qué comprensión de la fe manejamos? ¿Qué significa para nosotros ser creyentes?

¿Hemos pasado en la vida consagrada por una crisis de fe? ¿nos encontramos actualmente en ella? ¿No hay entre nosotros una serie de hechos que muestran la debilidad de nuestra fe?

¿Cómo abordamos las crisis de fe? ¿Qué medios ponemos? ¿Qué iniciativas para crecer en la fe existen entre nosotros?

El esquema de la encíclica

“Lumen fidei” es una encíclica sorprendente. No de fácil lectura. No es una explicación del Credo, ni se detiene excesivamente en las verdades que la Iglesia proclama. Es más bien, una especie de propuesta de teología fundamental de la fe para un tiempo de tránsito, de cambio de paradigma –dirían otros- entre la modernidad y la posmodernidad, como fenómenos globales que afectan a todo el mundo.

Por otra parte, la encíclica nos presenta la fe como un camino de búsqueda y de memoria del futuro, como la respuesta a una llamada y a una promesa hecha a la humanidad.

La encíclica tiene cuatro capítulos, una  introducción y una conclusión:

La Luz de la Fe : donde se pregunta el Papa si es una luz ilusoria (2-3) o una luz por descubrir (4-7)

Capítulo I: “Hemos creído en el Amor ( 1 Jn 4,16). Aquí el papa desarrolla cinco temas: a) Abraham, nuestro Padre en la fe (8-11), b) La fe de Israel  (12-14), c) La plenitud de la fe cristiana (15-18), d) La salvación mediante la fe (19-21), e) La forma eclesial de la fe (22)

Capítulo II: “Si no creéis no comprenderéis” (Is 7,9). Aquí el papa desarrolla seis temas: a) Fe y verdad (23-25), b) Amor y conocimiento de la verdad (26-28), c) La fe como escucha y visión (19-31), d) Diálogo entre fe y razón (32-34), e) Fe y búsqueda de Dios (35), f) Fe y teología (36).

Capítulo III: “Transmito lo que he recibido” (cf 1 Cor 15,3). El Papa desarrolla el tema en cuatro partes: a) La Iglesia, madre de nuestra fe (37-39), b) Los Sacramentos y la transmisión de la fe (40-45), c) Fe, oración y decálogo (46), d) Unidad e integridad de la fe (47-49).

Capítulo IV: “Dios prepara una ciudad para ellos” (cf. Hb 11,16). El Papa desarrolla este tema en cuatro partes: a) Fe y bien común (50-51), b) Fe y familia (52-53), c) Luz para la vida en sociedad (54-55), d) Fuerza que conforta en el sufrimiento (56-57)

Conclusión: Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)

Como vemos, el Papa ha estructurado su reflexión sobre la fe desde la perspectiva de la “luz” y desde cuatro claves: amor (creer en él), comprender (creer para), transmitir (lo que he recibido), preparar una ciudad (Dios prepara, la fe – construcción).

Esta forma de reflexionar sobre la fe nos abre a la vida consagrada una amplia perspectiva para preguntarnos por nuestra vida de fe.

1. La perspectiva de la “luz”

La encíclica contempla la fe como luz. Es una perspectiva muy interesante por múltiples razones.

a) Los ojos y la visión como metáfora

Los seres humanos estamos dotados de visión gracias a nuestros ojos. Nuestro cuerpo puede ver. Necesitamos ojos que “Dios hizo para ver y no solo para llorar”. La ceguera, la falta de visión nos sitúa en un mundo muy restringido, nos cercena nuestra capacidad de contacto con la realidad. Pero de poco nos sirven los ojos si no hay luz exterior, que le permita a nuestros ojos contemplar la realidad que se despliega ante ellos: una realidad inmensa, interminable que siempre trae novedades, espacios, cosas y personas desconocidas. Comprendemos que una de las características más importantes del Mesías fuera que “daba la vista a los ciegos”.

La noche, la tiniebla, la oscuridad nos vuelven ciegos, aunque tengamos ojos. Aunque siempre es verdad lo de aquel refrán iraní: “mirando largo tiempo en la oscuridad, siempre se acaba por ver algo”.

La experiencia de la visión corporal  nos sirve de metáfora extraordinaria para explicar otro tipo de visión o visiones que nos son concedidas a los seres humanos también. Es la visión intelectual, espiritual. La comprensión de lo que ocurre, la solución de nuestros problemas, la salida de los laberintos que nos depara la existencia, son considerados como iluminación de una luz que nos permite entender, comprender lo que antes nos resultaba inaccesible. Cuando llega la inspiración al artista, entonces la siente como una luz poderosa, que le impulsa a la creación sea literaria, pictórica, escultural, musical… Hay personas que se saben envueltas en una luz misteriosa y dotadas de unos sensores interiores que les permiten ver lo que otros no vemos. Evoquemos, por ejemplo, la experiencia de Etty Hillesum en el campo de concentración, quien descubrió en sí misma “nuevos órganos” de percepción. Por eso, se habla de la luz de la razón, la luz de la intuición, las luces de la imaginación.

b) Hacia una nueva forma de visión

A nosotros seres humanos, que tanto disfrutamos con estas formas de visión, no nos bastan: anhelamos más visión, queremos ver, contemplar, más. Y sospechamos que hay formas todavía superiores de visión. Los teólogos y aun filósofos medievales nos hablaban de la “visión beatífica”. Los apocalípticos dicen que el Espíritu tiene siete ojos, que los profetas mayores son los hombres de la visión perfecta. ¡Ver! ¡Ver! ¡Ver! ¿Cuáles serán los límites de la visión?

Los antiguos por eso adoraban al sol. Lo consideraban como Dios. Gracias al Sol los habitantes del planeta tierra podemos ver. Los rayos del sol hacen posible la fotosíntesis de la vida. ¡Qué horrible muerte nos sobrevendría si el sol se desorbitase y escapara! Hubo tiempos en los cuales lo seres humanos le rogaban al sol, adoraban a sol, pensaban que no había Dios superior  a Él. Con tal intensidad sentían la necesidad de la luz.

Pero el sol no es capaz de iluminarlo todo. Y, no llega a los ámbitos del espíritu, de la razón, de la imaginación, de la intuición.

El ser humano desea, necesita luz, mucha luz. Detesta vivir en la tiniebla, en la oscuridad. El ser humano ha recibido ojos para ver.

Ante todo, debemos situarnos en este tiempo: en esta sociedad líquida, posmoderna, en la crisis de la sociedad del consumo y en el cambio de paradigma que de una u otra forma nos está afectando, también a nosotros los religiosos.

Para el Papa Francisco la “lumen fidei”, es decir “la estrella matutina sin ocaso”, es Jesús resucitado. Es Jesús quien ilumina nuestra fe: él es la luz y quien camina con él nunca está en tinieblas.

“He venido como luz, para que quien crea en mi no permanezca en tinieblas” (Jn 12,46).

Hablar en estos términos en nuestro tiempo no resulta comprensible a primera vista, porque respecto a la fe  existen recelos, dificultades.

A Marta, que lloraba la muerte de Lázaro, Jesús le dijo:

«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» (Jn 11,40).

Para Jesús quien cree ve” (LF, 1).

c) ¿Es luminosa la vida consagrada de nuestro tiempo?

Nos preguntamos, ante todo, por nuestra capacidad para ver desde la mirada de la fe.

Quienes lideran la vida consagrada en sus diversos niveles se encuentran a veces con personas que se arrogan “ver” y sin embargo, demuestran una terrible ceguera espiritual. Ven la realidad desde sus intereses, su inmovilismo, su cerrazón ante lo que la voz de Dios les pueda pedir. Hay personas que se oponen a vivir desde la fe, y lo hacen solo desde sus presupuestos individuales. Superiores de un instituto me decían que ya comenzaban ellos a hablar de “hermanos ateos prácticos”. ¿Habremos permitido, favorecido, que entre nosotros existan hermanos o hermanas prácticos, personas cegadas ante los postulados de nuestra Alianza con el Dios que siempre nos es fiel?

También la ceguera puede afectar a quienes dirigen, o lideran. Ellos pueden fácilmente convertirse en simples “managers”, administradores, que no son alentados por las sorpresas de una fuerte relación de fe con Dios y con los hermanos o hermanas. Se convertirían poco a poco en aquellos líderes religiosos ciegos de los que tanto se lamentaba Jesús.

Nos preguntamos, por tanto qué tipo de luminosidad es la que desprende nuestra forma de vida.