No para todo el mundo el silencio es un espacio cómodo, donde sentirse agusto o tranquilo. Especialmente algunos jóvenes huyen de él, buscan estar «conectados» a ipod, el tuenti, etc. Y es que cultivar el silencio como un espacio donde puede «ocurrir» no surge por generación espontánea. Necesita de un cuidado, de una preparación casi exquisita.
Sin embargo hay lugares, donde la multitud calla ante el misterio, guarda silencio, su corazón se empapa, se ensancha y engrandece ante un Dios que se nos presenta casi inadjetivable, un Dios que solo puede ser «dándose en amor». Y aquí, en estos lugares que se convierten en puertas para la trascendencia, los jóvenes callan, se desconectan porque hay Alguien que los ha conectado. Y es ahí donde se da el milagro del encuentro, de la presencia silente, que invade y aquieta.
Los jóvenes no están más «perdidos» ni más «encontrados» que lo estabamos nosotros ni vosotros. Viven su tiempo como tiempo de gracia que es. Viven en el mundo que les hemos sabido dejar, que le hemos sabido componer. Y ahí se les da el don o la capacidad de distinguir lo falso de lo autentico, lo original de lo tuneado, lo que engancha de lo que lo desconecta.
Nuestras comunidades necesitan menos ideología y más espacio para dar cabida al misterio, menos palabras y más oración callada, más sencillez y menos oropel, ser más indicadores y menos protagonistas… los jóvenes nos necesitan reconciliados con el silencio, dispuestos a la escucha y valientes en el compartir. Los tiempos de las multitudes, de los grandes discursos, de la palabrería incesante… pasaron. Descansen en paz. Bienvenidos sean estos jovenes «consumistas», «hedonistas», «indiferentes», «materialistas»… porque ellos tienen la difícil tarea de evangelizarnos.