Volvía de Judea a Galilea. Era casi mediodía, y Jesús estaba agotado del camino. Llegó a un pueblo que se llamaba Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús se sentó junto al pozo. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua[1].
Queridos: He de suponer que bajo el sol de aquel mediodía Jesús recibió de la mujer el agua que había pedido para beber, y se puede pensar razonablemente que ella, regresó al pueblo llevando el corazón lleno de palabras ardientes, y lleno su cántaro de agua. Pero lo novedoso de aquel mediodía no fue el pozo ni fue el agua; inesperado y asombroso fue el encuentro de Jesús con la mujer.
“Agotado del camino”:
Un vidente de ojos limpios para entrar en el misterio de Jesús de Nazaret, describió así el camino de Cristo desde Dios a la muerte: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”[2]. El amor ha puesto a Dios contra sí mismo[3].
Hemos leído lo que el apóstol dejó escrito, hemos orado muchas veces con sus palabras, las hemos oído en nuestras celebraciones litúrgicas, y puede que, de tanto leer y recitar y oír, hayamos aprendido a ignorar lo que las palabras significan, y hayamos transformado en ideología el cansancio de Jesús, su angustia, sus lágrimas, su sudor de sangre, su soledad, su agonía, el increíble infierno de su muerte.
Por eso, para evitar ideologías sin cuerpo y sin espíritu, necesitamos sumergirnos en los evangelios y en la liturgia, en la palabra que Jesús nos dejó por los caminos de su vida, y en la celebración que a nosotros nos permite recorrerlos con él.
Antes de aventurarnos en el misterio de la cruz, necesitamos acercarnos al misterio del pozo: “Jesús, agotado del camino, se sentó sin más junto al pozo”[4].
Cuando de alguien se dice que está “agotado”, se quiere decir que se ha vaciado, que ha consumido todas sus energías; y aquel “se sentó sin más junto al pozo”, se nos hace memoria de amarguras y caídas en un largo Vía crucis más que de un descanso sereno junto a un manantial de agua fresca.
“Agotado”: ¡Qué largo el camino desde el cielo a la cruz! ¡Qué penoso el camino desde el Padre a la samaritana! ¡Qué incierto el camino desde Dios hasta nosotros!
Hay vendedores de humo que presentan la encarnación como una ficción, un juego, un mito, un ejercicio de magia divina, y que se hacen voceros de un Dios que no pasa de ser una idea acaramelada de amor romántico para incapaces de asumir el riesgo de la vida, la responsabilidad de la libertad, y la verdad de la propia finitud.
Nuestro Dios, el que reconocemos revelado en Cristo Jesús, es un Dios “agotado del camino”. No hace trampa en el juego: Su encarnación, porque lo es de verdad, es anonadamiento y empobrecimiento, es ocultamiento, sometimiento y abajamiento, es desprotección y opción por la debilidad… La encarnación de Dios es enclaustramiento en un seno, nacimiento en humildad y pobreza, vida en pobreza y humildad, muerte en inefable caridad, en humildad consumada, en pobreza radical… La encarnación es amor hasta la muerte. ¡El amor ha puesto a Dios contra sí mismo![5]
“¡Agotado del camino!”, así verás a tu Dios, sea que lo contemples junto al pozo de Sicar, sea que lo mires levantado en alto en el mediodía ardiente de la cruz.
“¡Agotado del camino!”, así te esperará tu Dios cuando vayas al pozo a sacar agua para tu sed. Allí conocerás “el don de Dios”, conocerás al que te pide de beber, y tú le pedirás a él, y él te dará agua viva.
Encuentros junto al manantial:
Por vocación y por gracia somos Iglesia de Cristo en Marruecos, una Iglesia de “forasteros y emigrantes”, integrada por familias asentadas en Marruecos, muchas de ellas durante varias generaciones, y también por funcionarios, estudiantes, voluntarios, desplazados, personas consagradas, y sacerdotes a los que ha sido encomendada la cura pastoral de las pequeñas comunidades locales.
Como Iglesia, nos esforzamos por ser en esta tierra testigos del evangelio y presencia viva de Cristo.
Como él, sus discípulos se hacen siervos de la compasión, hijos de la misericordia, y son muchos los hombres y mujeres en esta Iglesia que lo han dejado todo para hallarse, bajo el sol ardiente de un mediodía, en el lugar de encuentro con los sedientos de agua y de Dios.
Desde hace años, al pueblo de los pobres que conocíamos asentado en el lugar, se ha unido un pueblo en tránsito, hombres y mujeres que han dejado su mundo, su entorno familiar y cultural, sus raíces, para hacerse huéspedes de la incertidumbre y la precariedad, expertos en sueños rotos. Es éste un pueblo joven, que hace su travesía del desierto, probado por una sed que devora a un tiempo alma y cuerpo de sus gentes.
Desde hace años, nuestra Iglesia se siente interpelada por esta dolorosa realidad, por el clamoroso silencio de los pobres, y ha buscado caminos para el encuentro con estos hijos tan queridos y tan necesitados.
El Espíritu de Jesús nos ha llevado a un camino en el que son reales las lágrimas, el sufrimiento, la violencia y la muerte, y son realmente posibles la ternura y la alegría. En ese camino no se nos permite ser meros espectadores, sino que, ungiéndonos, el Espíritu nos pide “llevar a los pobres la buena noticia”. El Espíritu te ha ungido, Iglesia de Tánger, para hacer posible “junto al manantial” tu encuentro con los sedientos.
Tú contra ti misma:
Dios contra Dios: Ésa parece ser la regla que rige las opciones divinas con relación al hombre. Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; se hizo sediento para que pudiésemos apagar en él nuestra sed; se entregó a la muerte para que pudiésemos tener vida eterna; se hizo maldición para que en él fuésemos bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Todo eso se puede ver místicamente significado en la expresión: “Jesús, agotado del camino, se sentó sin más junto al pozo”.
No estaba allí para dar razón de lo justa que es la situación de miseria en que nos hallamos los sedientos; no se ha sentado sobre aquella fuente para defender la inocencia de Dios en nuestra historia de sufrimientos, injusticias, violencia, opresión y muerte; no comparece ante la humanidad para justificar protocolos divinos de justicia. Está allí, en el pozo y en la cruz, agotado y sediento, Dios contra Dios, sencillamente para dar de beber, para que la humanidad sedienta lleve dentro de sí una fuente de agua que salta hasta la vida eterna.
No busques otro camino, no sigas otro ejemplo, no escuches a otro maestro: Tú, que eres gracia de Dios para el mundo, estás llamada a ser el cuerpo agotado y sediento de Cristo que, para los pobres, se hace surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
El poder entiende de intereses, de beneficios, de propiedad, y necesita fronteras y vallas que los protejan. El poder no puede negarse a sí mismo.
Pero tú, que eres gracia, regalo, don de Dios, estás llamada a ser Iglesia contra ti misma, lejos del poder y cerca de los pobres, como está cerca de ti Jesús de Nazaret, como encuentras preparado cada día para ti el pan de la Eucaristía, como una madre está cerca del hijo de sus entrañas. Tú contra ti misma, hasta perderte por los pobres para quienes te ha ungido y enviado tu Señor.
No se acercarán a ti si no los acoge tu corazón antes de que oigan tus palabras. Es en tu corazón donde has de darles un nombre que te disponga a recibirlos. Puedes nombrarlos desde su necesidad o desde tu fe. Según la necesidad serán hambrientos, sedientos, desnudos, desahuciados, enfermos, extranjeros, encarcelados. Para tu fe serán siempre tus hermanos, el cuerpo misterioso y sufriente del Señor a quien tú amas, los hijos a quienes Dios te envía porque son sus predilectos.
En camino hacia la Pascua:
Así, con el hombre y contra ti misma, llevando el evangelio a los pobres, harás presente en el mundo el reino de Dios, recorrerás tu camino hacia Cristo resucitado.
También para ese reino habrás de encontrar nombres que te lo acerquen al corazón, para que lo pidas, lo busques, lo acojas, lo anuncies, lo lleves a los amados de Dios.
En tu oración aprendiste que el de Dios es el reino de la verdad y la vida, es el reino de la santidad y la gracia, es el reino de la justicia, el amor y la paz[6].
Leyendo el evangelio, has visto que el reino de Dios llegaba a donde llegaba Jesús, e intuyes que hoy ha de llegar contigo a donde vayas tú.
De labios de Jesús has aprendido que ese reino es herencia reservada para los pobres[7], para los pequeños[8], para los humildes y sencillos[9]: sólo ellos pueden recibirlo. Dichosos ellos, que aciertan a entrar en un mundo donde Dios es el rey, y en el que “la vida social será un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos”.
Reino fecundo como semilla en tierra buena, pequeño como grano de mostaza, eficaz como fermento en la masa, deseable más que todos los bienes, ése es tu destino, ésa es tu misión: “Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura”[10].
A quien os pregunte por lo que hacéis en el lugar de vuestra peregrinación, decidle que sois mensajeros del reino de Dios, decidle que lo lleváis con vosotros, decidle que ese reino, y la justicia que le es propia, es vuestra verdadera inquietud, es toda vuestra vida.
Si estás en camino hacia los pobres, los pequeños, los humildes y sencillos, estás en camino hacia la Pascua, vas por el camino que lleva a Cristo resucitado.
Feliz peregrinación, Iglesia de Cristo.
Tánger, 22 de marzo de 2014.
Sesión plenaria del Consejo pastoral.