¿COMUNIDADES RELIGIOSAS JERÁRQUICAS? ¡SEGÚN Y COMO!

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La plenitud del amor cristiano es la reciprocidad: sed esclavos los unos de los otros (Gal 5,13); lavaos los pies unos a otros (Jn 13,14); soportaos unos a otros y perdonaos mutuamente (Col 3,13); amaos los unos a los otros (Jn 13,34). Un amor recíproco es un amor de amistad. La reciprocidad y la amistad sólo es posible desde la igualdad. Para poder establecer relaciones de amor auténtico, Jesús no retuvo su categoría de Dios, sino que se hizo uno de tantos (Flp 2,6-7). Y así pudo decir a sus discípulos: “ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos” (Jn 15,15). Desde esta perspectiva se comprende que Jesús advierta a los suyos sobre el peligro de relaciones basadas en la desigualdad: no llaméis a nadie padre o maestro, porque todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8-10).

Cuando buscamos aplicar en lo concreto de la vida los ideales evangélicos, aparecen las dificultades. Las relaciones entre personas requieren un mínimo de organización, como ocurre en una familia o en una comunidad religiosa. En toda organización suele ocurrir que alguien tiene la última palabra, sobre todo en casos de conflicto, que queramos o no, siempre aparecen en las relaciones humanas. Una sociedad eclesial “amplia” (pienso por ejemplo en una comunidad o Congregación religiosa) requiere organización. La organización corre el riesgo de crear estructuras jerárquicas. Pero cuando hay jerarquía no hay igualdad. ¿Cómo puede haber entonces amistad? Me refiero a las relaciones humanas y no tanto al hecho de que en la Iglesia hay una serie de funciones al servicio de la fe, que tienen su fundamento en las palabras de Jesús. Supongo que, pensando en las relaciones humanas, san Pablo, reconocía que “la autoridad que el Señor le dio” era “para edificar la comunidad, no para destruirla” (2 Cor 10,8). La primera carta de Pedro (5,1-4) recuerda a los presbíteros que deben ser modelos y no tiranos.

La autoridad en las comunidades eclesiales y/o religiosas está para cuidar, servir, ayudar, orientar. ¿Es posible desde estructuras jerárquicas fomentar la igualdad para que sea posible la reciprocidad? En las comunidades eclesiales sigue estando presente la terminología de superior y de maestro, lo que puede dar a entender que hay súbditos y discípulos. Entre un superior y un súbdito, un maestro y un discípulo puede haber una relación honorable y amable. Pero ¿cómo evitar el peligro de dominio y servilismo, para que pueda darse la fraternidad evangélica entre iguales (no entre “idénticos”, sino entre iguales que son diferentes)? Un amo puede ser amable y afectuoso con sus esclavos, pero eso no impide que el amo sea señor y el esclavo siervo. El amor es algo más que amabilidad y afecto. Y no es posible sin la igualdad, al menos sin “una cierta igualdad”. Ese el reto y la tarea permanente de nuestras comunidades religiosas: buscar esos tipos de igualdad que hagan posible el amor, para que así se parezcan cada vez más al ideal de la comunidad de Jesús.