sábado, 20 abril, 2024

COMPRENDER LO INCOMPRENSIBLE… ¡HASTA AHÍ LLEGA LA FE!

El 1 de Julio de 2002 colisionaron en el cielo de Suiza, lago de Constanza, dos aviones. Costó la vida a 71 personas: de entre ellas , 52 menores de edad que venían de Rusia a Barcelona para unos días de descanso. No hubo ángeles en el espacio que impidieran la catástrofe. El cielo vio imperturbable el accidente. ¿Dónde estaba nuestro Dios, el Abbá? Sólo los demonios de la muerte hicieron su labor. En esos casos decimos: ¡fallo humano! Estamos hartos de fallos humanos. El ser humano falla tantas veces… El Creador, ¿porqué no repara tantos fallos? No se trata solo de esta desgracia. Hay muchas otras que nos hacen preguntarnos: ¿dónde está nuestro Dios? Es la pregunta que se oye y se repite en este tiempo de pandemia. Unos dicen que si se trata de un castigo de Dios. Otros -disculpan a Dios, no sabemos si porque les interesa o no les interesa- y dicen que se trata de un castigo que nos infringe la madre tierra por maltratarla.
Las grandes preguntas siguen pendientes. Y es necesario plantearlas de nuevo. Solo así creceremos en la fe. Las lecturas bíblicas de este domingo, 12 de Julio de 2020, nos invitan a profundizar en nuestra fe y en nuestra confianza. No basta repetir automáticamente frases tópicas como “sus caminos no son nuestros caminos”. Es importante reconocer que “creer” es un riesgo, una aventura, un jugárselo todo para ganarlo todo. Comprender lo incomprensible… ¡eso es la fe!

Como la lluvia y la nieve… ¡la Palabra!

Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» Is 55, 10-11

¡Qué confianza tan admirable en la Palabra de Dios muestra el profeta Isaías! Él cree -sin la menor duda- en su eficacia. Se sabía “servidor de la Palabra”. Claro que tenía la experiencia de gente que se oponía a su ministerio, que no creía en su mensaje… Sin embargo, tenía la convicción profunda de que la Palabra de Dios es más fuerte que cualquier oposición a ella.

La imagen de la lluvia y de la nieve es muy elocuente. En su ciclo, llevan consigo la fecundidad. Así también la Palabra de Dios.

Si estamos convencidos de esto, haremos lo posible para estar al servicio de la Palabra, a tiempo y a destiempo. La Palabra no necesita ayudas, apoyos, demasiados comentarios. La Palabra solo necesitan mujeres y hombres que sean sus testigos, sus transmisores fieles. La Palabra salvará al mundo.

Meditar todos los días la Palabra de Dios, dejar que penetre en el corazón, en un grupo social… es la mejor terapia, la semilla de la alegría, de la paz, de la serenidad.

La gloria que se manifestará

Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Rom 8, 18-23

Tener fe es un don, es una luz que permite ver la realidad de otra forma, desde otra dimensión. La fe abre las puertas a la esperanza.

Hace unos años volvía yo de una misión en América latina. La persona que venía a mi lado, diplomático e intelectual, me decía que no era creyente. Reconocía no tener el don que permite ver las cosas de otra manera. Se preguntaba por la existencia de Dios en medio de un mundo tan desajustado, tan injusto como el nuestro. Una vez más surgía la pregunta habitual que abre la puerta al ateísmo existencial: ¿cómo puede un Dios “bueno” permitir tanto mal, tanto sufrimiento, tanta muerte, tanta injusticia?

Y me pregunté a mí mismo: ¿en qué consiste el don de mi fe? ¿Tengo más luces que este hombre? También a mi me duele el sufrimiento, la injusticia, la muerte salvaje… Pero estoy habitado por una misteriosa convicción: El Abbá, el Dios Creador, lo sabe todo… lo conoce todo… lo conduce todo. Quienes son intermediarios de su Revelación nos dicen, como Pablo en esta lectura:

“Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”

Todo está confundido en este mundo. Ha habido una fuerza negativa -que no procede del Creador- que lo ha sometido todo a esclavitud. Sin embargo, la victoria definitiva sobre el mal está ya prometida e iniciada.

Tener fe y esperanza es un gran don. Permite abordar la vida de otra forma, con otra moral. Como me decía, una vez, una anciana religiosa: “Hijo, y si pasa, ¿qué pasa?”.

El arte de ver y comprender

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.» Mt 13,1-23.

Cuando una persona no está dispuesta a ver, a comprender, ni ve ni comprende.

Cuando una persona está alerta, busca, se deja llevar del corazón, ve y comprende incluso aquello que nunca se imaginó.

Quien nada espera, no vigila.

Quien espera, intenta no perderse la mínima señal.

Jesús se quejaba de esto: de la gente que no está alerta para descubrir “señales”. Había en su tiempo, entre su gente, personas que nada esperaban, que no vigilaban… Para muchos de ellos y ellas, sus palabras no tenían sentido. Sus parábolas no traían ningún mensaje: “miran sin ver, escuchan sin oír y entender”. También hoy, en nuestras sociedades, encontramos personas totalmente cerradas a entender algo nuevo, algo diferente.

Jesús lo expresó de otra forma con la parábola de la semilla.

¿Porqué la Palabra de Dios germina en unas personas y no en otras?

Porque hay corazones poco abiertos a la novedad, cerebros enormemente cerrados al nuevo conocimiento.

Me he encontrado con algunas personas, que se llaman creyentes, pero que están cerradas, no tienen nada nuevo que aprender, ningún conocimiento con el que enriquecerse. Están cerradas “a causa de sus dogmas” a la Verdad.

Jesús nos enseña hoy el arte de ver y comprender. Es bueno dejarse fecundar por lo nuevo; tener una tierra en la que toda buena semilla pueda germinar.

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