“Me engendraste hombre de pleitos”, había reprochado a Dios el profeta Jeremías. “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”, advirtió un día Jesús a sus discípulos.
Jeremías, Jesús, los discípulos de Jesús, hombres y mujeres que son a un tiempo operadores de paz y expertos de muy penosa y amarga división.
Jeremías llevaba adheridos a la memoria oráculos de consolación. Jesús llevaba en su vida el evangelio, la buena noticia del Reino de Dios. Nosotros hemos sido enviados para que llevemos a la humanidad entera la gracia de la reconciliación, la libertad de los hijos de Dios, la justicia del Reino de Dios.
Hemos conocido misterios tan altos que sólo la dicha nos parecía posible: La grandeza del cielo se nos había hecho cercana en la pequeñez de un niño; Dios nos ha visitado y redimido; hemos visto su amor y su fidelidad; hemos contemplado su gloria en el hombre Cristo Jesús, en sus palabras, en sus manos, en sus hechos, en su mirada, en sus lágrimas, en su vida entregada.
Pero hemos conocido también y muy de cerca, en carne viva, el pleito y la división, la crueldad de la charca fangosa, el dolor de los empobrecidos, la sangre de los inocentes, el destino de muerte reservado a los orgullosos.
En tu vida de creyente, ya nunca experimentarás separadas consolación y amargura, paz y guerra, dicha y aflicción. También a ti se te habrán adherido al ser, como a Jeremías, como a Jesús, el amor de Dios y el dolor de los hermanos, el terror que atraviesa la vida de los pobres, y el que amenaza con poseernos a quienes los hemos empobrecido.
De Jeremías, de Jesús, de los pobres, tuyas, comunidad eclesial, son las palabras del salmo: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos… Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí”. Son éstas las palabras de un cántico nuevo, con el que hacemos memoria de nuestra noche y de nuestra liberación; son un himno a nuestro Dios, una esperanza encendida en la vida de los pobres, una luz que deseamos brille también en el abismo oscuro del mal.
Éste es tu pleito inevitable, comunidad eucarística: En comunión con Cristo Jesús, eres de Dios y eres de los pecadores, has sido llamada a vivir fiel a Dios y fiel a la humanidad, también a la que se aparta de él. En comunión con Cristo Jesús, eres amor que viene de Dios y a todos alcanza, como a ti te alcanza su misericordia, la redención copiosa. En comunión con Cristo Jesús, eres de todos, Iglesia santa, como la lluvia, como el sol, como el pan… “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre”. Éste es nuestro pleito, ésta nuestra guerra, ésta nuestra vocación.
Feliz domingo.