COMIENZA EL TIEMPO DE NAVIDAD

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Comienza el tiempo de la Navidad. Es el tiempo del origen, de la regeneración. Hacer memoria de todas estas formas de nacer -a la luz de la Palabra- es el objetivo de este tiempo litúrgico que hoy iniciamos.

Nuestro Dios ha encarnado su Palabra

La Iglesia presenta hoy la interpretación del acontecimiento en manos del cuarto Evangelista. De for­ma sublime nos presenta:

El camino de la Palabra: desde Dios hasta nuestra tienda. La Palabra no se construye un palacio donde habitar con aristócratas elegidos. La Palabra acampa en una sola tienda con todos nosotros. Se hace uno de tantos.

La Palabra se expone a ser rechazada: la exposición de la Palabra fue de fecho rechazada por muchos, y también sigue siéndolo hoy.

La Palabra fue acogida: quienes la acogen se convierten en hijos e hijas de Dios. María le dijo al ángel Gabriel: “Hágase en mí según tu Palabra”. José “hizo lo que el ángel le había dicho… y acogió a María en su casa”. ¡Qué dos hijos de Dios!

La Palabra era Dios, Luz de Dios, Vida de Dios… y la Palabra se hizo hombre: y así, humanada, la Palabra fue luz de los hombres, vida de los hombres.

La Palabra se desparrama y se extiende por el mundo: es una invasión divina, una volcán de amor, verdad, gracia sobre gracia, bendi­ción.

La Palabra hace visible -audible- al Dios invisible, inaudible: nos muestra al Dios invisible; nos permite escuchar­lo, sentir su amor, conocerlo.

La Palabra es Jesús de Na­zaret, el hijo de María, el nacido en el portal de Belén.

La Palabra que transmite lo que habita en el corazón de Dios

En Jesús, su Palabra vigorosa, nuestro Dios Abbá cumple sus promesas.

La expectativa de si­glos, anunciada y alimentada por los profetas, se cumple de la forma más humilde, más accesible y amorosa. Dios en ellos hablaba fragmentariamente.

La Palabra de Dios ha introducido en la naturaleza humana, se ha desposado con la humanidad para siempre y sin establecer respecto a ella la menor distancia.

Todo renace cuando el Hijo de Dios nace entre nosotros. Nada hay que temer, porque Dios nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo. Ésta es la Navidad de todas las Navidades.

Vivir la Navidad y su misterio es descubrir la fibra crística que todo lo penetra y vivifica. Con la Encarnación del Hijo de Dios y su Navidad ya todo es diferente. La historia humana ¡está rescatada! ¡Se nos han perdonado todas las deudas!

Plegaria

Abbá, has realizado tu proyecto: nos has en­viado a tu Hijo como Vida y Luz del mundo, como Pala­bra tuya definitiva; nos lo has enviado para que acampe entre nosotros y se someta a los vaivenes de nuestra dra­mática historia. ¡Cuánto has arriesgado por amor nuestro! ayúdanos a acoger la Navidad de tu Hijo con todo amor.

“Cristo nace cada día”, decía una canción. ¿Dónde nace para ti hoy? Búscalo y adóralo.