jueves, 18 abril, 2024

COLOMBIA

Mientras vuelven a reiniciarse las negociaciones y unos y otros intentan ajustar una paz urgente, recuerdo a mis hermanas colombianas, la amabilidad y la belleza de esa tierra que tiene miles de verdes. Cuando fui, hace ya más de ocho años, me dijeron en España que llevara cuidado. El miedo tiene fácil contagio ante una violencia endógena que ha desgarrado durante cinco décadas a una gente maravillosa. Entonces me sorprendieron las verjas de hierro en todas las casas pero también encontrar personas de una sensibilidad exquisita que hacían frente al miedo con canciones. Han ido pasando los años y no he podido olvidar la historia de Pastora Mira. Al revivirla en el contexto actual se me vuelve todavía más reveladora. Era el año 2005 cuando un día recogió en la calle a un chaval de 17, gravemente herido en una pierna. Sin hacerle preguntas se lo llevó a su casa: le curó, le dejó dormir y le preparó el desayuno. Al despertar el joven le preguntó sobresaltado: «‘¿Qué hacen ahí las fotos de ese que matamos anteayer?’ Ella le contestó: ‘Esta es su casa, yo soy su madre y la cama en la que duermes es la suya’.  Rompió a llorar cuando le dije que el de las fotos era mi hijo. Me contó que le habían torturado durante quince días antes de matarlo. Yo le di un teléfono y le dije: ‘En algún lugar del mundo tiene que haber una madre preocupada por ti, llámala y dile que estás vivo’. Porque en ese momento me di cuenta de que eran chicos muy jóvenes cargados de dolor y venganza. Estos grupos paramilitares funcionaban de forma jerarquizada y nunca podríamos acceder a la cúpula, pero sí a las bases, para derribar el edificio desde abajo, poco a poco»… Aquel joven acabó trabajando con Pastora en un Centro de Acercamiento para la Reparación y la Reconciliación. A Pastora además de arrebatarle a su hijo, le habían matado a su padre  y le habían secuestrado a una hija a la que no dejó de buscar hasta que encontró su cadáver después de haber excavado ella misma durante cinco años. Es justo recordar que detrás de los acuerdos de La Habana hay muchas historias de mujeres anónimas que no han dejado que el sufrimiento anegara sus vidas.

Es muy necesario orar por la paz pero también es urgente caer en la cuenta que no podemos pedir que haya diálogo, reconciliación, acuerdos pacíficos en países en conflicto…si luego en nuestro día a día relacional pactamos con nuestras violencias cotidianas, sutiles y enquistadas. Sólo la vulnerabilidad es capaz de reparar vidas dañadas. No le demos poder a nada que venga a endurecernos el corazón.

 

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