¡CÓGELO!

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Nos encontramos en el paso de un año a otro. Este tiempo bisagra y todos los acontecimientos que vivimos en él nos remiten a una realidad con un profundo calado emocional, donde palabras como familia, comunidad, personas queridas o ausentes, conflictos o desencuentros familiares, solidaridad, pobreza… se nos presentan de una manera más contundente que el resto del año. Seguro que más de uno con la mirada absorta hace balance de estos doce meses y entresaca de la memoria algunas de las cosas vividas –las que más marcaron-. Evaluar es preciso y necesita su tiempo, echar la vista atrás y reconocer que nuestra andadura vital está tejida de aciertos y fallos es muy sano y curativo. Vivir conscientemente es el camino que nos enseño Jesús.

Sin embargo, realizada esta labor reconciliadora, es inevitable acoger el futuro. Una de las experiencias con la que identificamos el futuro es con la vida y el pasado con la ausencia de la misma. La vida es la que se ha entregado, pero también la que siempre viene nueva. Si alguna vez hemos cogido un bebé por primera vez en nuestros brazos, seguro que hemos experimentado varias sensaciones, una de las más identificables es la de torpeza, la de no saber qué hacer ni qué decirle; otra que se impone rápidamente es la de ternura, que nos ayuda a olvidar la anterior y a fijarnos en la “vida” que tenemos en nuestras manos; después nos asalta la responsabilidad, ¿lo estaremos haciendo bien?; la indecisión, ¿qué hago con él?; el miedo ¿y si llora? … seguro que podríamos añadir muchas más, pero me quedo con la última, que es la capacidad reconciliadora y pacificadora.

El nuevo año se nos presenta sin ambages, contundente e inevitable, en nuestros brazos como un pedazo de vida. Ante él podemos volver la vista atrás y anclarnos en el pasado que no volverá, en un “antes se hacía así…”, “antes íbamos allí…” y, apenas sin darnos cuenta, ese “antes” hipoteca nuestro futuro y oprime el presente hasta la asfixia. También, podemos anhelar de tal manera lo que está por venir, que nos instalemos en el mundo de los sueños como única forma de huir de un presente inhóspito. Sólo la generosa capacidad de acoger el presente sin adjetivos nos permitirá reconciliarnos con el pasado y proyectarnos hacia el futuro.

Celebramos que Dios se ha hecho Vida, que se nos regala libre y generosamente. Ante tal propuesta solo cabe una respuesta hecha generosidad, entrega y libertad, pues “La vida es un misterio a acoger, no un problema a resolver” A. Kram.

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