viernes, 19 abril, 2024

CASTIDAD EVANGÉLICA: CUANDO EL ALMA ENVUELVE AL CUERPO (PROPUESTA DE RETIRO)

Introducción

No nos invita a la castidad –tal como la hemos comprendido tradicionalmente– el ambiente global que nos rodea, el aire cultural que respiramos.

La educación sexual que se imparte a las nuevas generaciones no incluye dentro de sus contenidos referencia alguna a la virtud de la castidad. Sí es sensible, no obstante, al respeto a la persona y a la libertad del otro; condena el acoso y la violencia sexual y doméstica; pero también defiende amplios espacios para la libertad y el disfrute sexual en las diversas edades y condiciones.

Los avances sociales se plasman en la defensa del derecho a la diferencia sexual, en la promoción del sexo seguro –para evitar enfermedades, contagios, embarazos no deseados–, en el derecho a la intimidad y a la “privacy”.

Hay mucha gente que, influida por el pensamiento de Freud, piensa que abstención del sexo es anormal y neurotizante. Otros, como Alfred Kinsey en su libro sobre la conducta sexual en el varón, defienden que el ejercicio de la sexualidad mejora la salud y el éxito social. La situación en la que nos encontramos se ve reflejada en el cine, en las series de televisión, en la literatura, en el arte de la danza, en la canción, en las noticias e investigaciones periodísticas o judiciales. Somos herederos de la todavía persistente “revolución sexual” de los años 60.

Forma parte de este nuevo contexto la pérdida de credibilidad del celibato y de la castidad profesada. Las crecientes denuncias por abusos sexuales o las investigaciones periodísticas sobre la realidad homosexual oculta y activa en la vida clerical, nos dificultan el mostrar con hechos y palabras “la verdad del celibato y de la castidad”.

Ha habido intentos de mostrar la verdad de la castidad1, pero los resultados no han sido tan satisfactorios como se esperaba. Creo, con todo, que no debemos desistir en el empeño. Lo importante no es asumir principalmente la perspectiva del “voto” que hemos de cumplir, sino la del “Consejo evangélico”. Es el Espíritu Santo –el Gran Consejero en nombre de Jesús– quien orienta permanentemente a la persona elegida para el celibato para que su vida sexual sea vivida en castidad. El Espíritu es nuestro Contemporáneo y vuelve contemporáneos los consejos del Jesús del Evangelio para que respondan a la situación de hoy2. Quiera el Santo Espíritu que este retiro pueda servirnos para ello. Lo dividiremos en tres etapas:

– Primera: Los dos amores: Eros y Agape.

– Segunda: Cuando la virtud de la castidad envuelve al cuerpo.

– Tercera: “Hago y renuevo el voto de castidad… pero en la sombra”.

Los dos amores: el eros saneado

Le debemos al papa emérito Benedicto XVI una reflexión iluminadora –en su encíclica Deus Caritas est– sobre el amor en su doble dimensión de “eros” –dimensión ascendente– y de “agape” –dimensión descendente–. Y nos indicaba que hemos de comprenderlos no en alternativa, sino como complementarios e interconectados.

El eros es el amor ascendente: un arrebato, una locura divina que prevalece sobre la razón y que arranca al ser humano de la limitación de su existencia; el eros es esa potencia divina que estremece al ser humano y le hace experimentar la dicha más alta

–como decían los pensadores griegos–. El poeta romano Virgilio exclamó: “Omnia vincit amor” (“Todo lo vence el amor”), y después añadió: “¡Rindámonos también nosotros al amor!”. El eros debe ser celebrado como fuerza que nos hace entrar en comunión con la divinidad3.

Aunque el Nuevo Testamento no utilice nunca el término eros y lo sustituya por agape, sin embargo, no es verdad que el cristianismo haya tratado de “envenenar” o destruir el eros –como denunciaba acusadoramente el filósofo Nietzsche–. A lo que se opone el cristianismo es al eros divinizado, al “eros ebrio e indisciplinado que se convierte en caída, degradación”; otra cosa distinta es el eros en búsqueda apasionada de lo divino.

La tendencia idolátrica del eros –a causa del pecado– hace necesaria la práctica del control y señorío sobre el instinto, la purificación y maduración de los deseos. No se trata de “envenenar” el eros, sino de sanearlo4. Él nos lleva en éxtasis hacia lo divino, más allá de nosotros mismos –como demuestran los místicos. Por eso, precisamente necesita ascesis. Renuncia, purificación y recuperación5.

El eros adquiere su verdadera grandeza cuando carne y espíritu aman al mismo tiempo. En cambio, cuando el eros se convierte en puro sexo, en mercancía, en simple objeto de compraventa, entonces queda degradado. El amor en su dimensión más sublime aspira a lo definitivo: en cuanto exclusividad y en cuanto totalidad (también de tiempo)6.

“En la narración de la escalera de Jacob, los Padres han visto simbolizada de varias maneras esta relación inseparable entre ascenso y descenso, entre el eros que busca a Dios y el agape que transmite el don recibido”7.

Esta reflexión nos da una perspectiva interesantísima para no situar el celibato únicamente en la zona del agape, como ha venido siendo normal, sino también del eros.

La virtud de la castidad o la belleza del amor

La castidad es una virtud propia del ser cristiano, masculino y femenino, en cualquier estado o forma de vida. Hace referencia a la capacidad de autodominio sexual, de señorío sobre los propios sentimientos, de capacidad de donación, sin ningún tipo de no-integración.

Para definir la castidad consagrada o virginal se ha recurrido a la expresión «castidad perfecta», aunque la intencionalidad era la de “castidad en celibato” en relación con la “castidad conyugal”. La castidad es virtud en proceso de integración, de superación, que cada uno ha de vivir según su condición y forma estable de vida en la Iglesia. Establecer esos baremos de «mayor» o «menor» entre un tipo de castidad y otra no es justo. No hay castidad perfecta y castidad imperfecta, mayor o menor, sino diversas formas de castidad.

La teología tradicional afirma que todos los cristianos están en camino hacia la sagrada castidad, solo que el punto de partida es distinto: para unos el matrimonio, para otros el celibato. Ciertamente que podemos hablar de una continencia perfecta e imperfecta, si nos referimos a los actos exteriores; pero ¿qué significado tienen estos actos, si no es en relación con el corazón? Como dijo Jesús, “es del interior, del corazón del hombre, de donde salen…” (Mc 7,15).

Definir la castidad en correlación con las categorías de «pureza» o «impureza» no es adecuado, porque mantiene el prejuicio antiguo de considerar el ejercicio de la sexualidad matrimonial como «impuro». Tampoco es justo definir la castidad como el hecho de estar sexualmente intacto. En la castidad matrimo­nial, sin embargo, no se trata de una abstención de cualquier contacto sexual entre hombre y mujer, sino de la forma en que hombre y mujer se encuentran “como personas”. La verdadera cuestión está aquí en definir exactamente esa forma de castidad. La castidad está en la relación: en la dignidad, en la ternura, en el amor de las relaciones interperso­nales que se establecen entre marido y mujer, entre amigos, entre miembros de una comunidad, entre colaboradores… entre cada persona y su Dios.

La castidad es un don del Espíritu de Dios que envuelve el eros de sensibilidad, ternura, calidez, profundidad, anchura de ánimo, perspectiva ecológica, armonía corpóreo-espiritual, integridad. La castidad hace entrar en la “revolución de la ternura” contra cualquier forma de dureza de corazón. La dureza de corazón es la causa de los divorcios, de las relaciones despersonalizadas y violentas.

No está presente la castidad –carisma del Espíritu– allí donde las relaciones son groseras, descorteses, hirientes, machistas, dictatoriales, humillantes, cínicas, insensibles, viciosas, desvergonzadas, llenas de villanía o insensibilidad hacia el otro.

Desde este horizonte ¿qué es la castidad?: ternura desinteresada, poesía creadora, donación y entrega como arte, búsqueda incansable de la verdad del ser, satisfacción agradecida por servir a un reino todavía escondido. Castidad es la más consumada unión entre cuerpo y alma.

El célibe tiene en común con el poeta, con el pintor, con el músico, que su más preciada obra, nacida de lo más profundo de su ser, deja de pertenecerle. Una vez terminada, la obra vuela de sus manos, se posa libremente en el escenario de la vida y desarrolla su propio yo personal, sin esperanza segura de retorno. Aquí empieza ya a perfilarse una castidad incompatible con la voluntad de matrimonio.

La castidad se ve constantemente amenazada por la incontinencia, el desenfreno. Vivir en castidad es un arte; requiere ejercitación, ascesis. No es fácil, en quienes, perdiendo el sentido de la felicidad, la confunden con el placer. La falta de castidad, de pudor, priva a las relaciones de su más trascendente belleza y capacidad seductora y simbólica.

Hay dos ascesis: la ascesis de la pareja y la ascesis del monje, religioso o consagrado. Ambas ascesis tienen el mismo fin: hacer prevalecer la trascendencia de la persona respecto a una naturaleza desconectada, respecto a una sexualidad demasiado anónima frecuentemente, y, sobre todo, respecto de la indiferencia que se vuelve agresiva hacia la profundidad del otro o de la otra. Este es también el motivo por el cual la vida consagrada en celibato, cuando no es dualista ni totalitaria, ni orgullosa, puede ofrecer una enorme ayuda a quienes están comprometidos en el camino de la pareja conyugal.

“Yo hago voto de Castidad” – Virtud en Alianza

El Espíritu, que concede el don del celibato-virginidad, no lo lleva a plenitud sin nuestra libre colaboración:“El celibato es un carisma concedido por Dios a los llamados, no obstante, es deber de éstos poner las condiciones humanas más favorables para que el don pueda fructificar”8.

La acogida del don se expresa votivamente en nuestra profesión del voto de castidad en el celibato. En el “Yo hago voto a Dios” se expresa nuestro compromiso de cultivar el don recibido y llevarlo a plenitud. Se trata de educarlo, es decir, sacarlo a flote, desarrollarlo, activarlo y encauzarlo.

Cada cuerpo humano está marcado por sus experiencias y deseos. Podemos convertirlo en un olvidado depósito de fracasos y penas, o de goces y buenas memorias, o despertarlo.

En nuestro cuerpo está escondido el mapa de nuestra auténtica identidad; cuando se despiertan las memorias, nuestro cuerpo resucita y habla. El cuerpo no tiene problema en identificarse con las partes rechazadas de nuestras vidas, con nuestras contradicciones y ambigüedades9. Cuando el cuerpo resucita y empezamos a aceptar nuestras zonas –hasta ahora– sombrías, nos sentimos liberados y transformados: “solo se transforma el que se acepta” (C.G. Jung).

En medio de la sombra

Mediante la aceptación, la sombra tiene poder vital: “No se da proceso válido sin toma de conciencia de la sombra” (K. Durkheim).

En la parábola del hijo pródigo un hermano es la sombra del otro. Entre los hermanos Jacob y Esaú uno es la sombra del otro; Lía era la sombra de Jacob. ¡Qué bien lo dijo Paul Celan!

“Habla, pero no separes el no del sí. Da un sentido a tus palabras: dales la sombra. Dice el verdadero que expresa la “sombra”10.

En el caso del celibato, la aceptación de la sombra nos hace comprender que “somos eunucos por el Reino de Dios”, con toda la ambigüedad que –como hemos visto antes– tiene el símbolo del eunuco. La luz nos viene del “por el Reinado de Dios” y todo un mundo de posibilidades que desde ahí se nos abre.

Esto nos indica cómo la tarea de la libertad en la integración del don del celibato no es fácil, ni simple. Se consigue lentamente a través de las relaciones personales de amistad, de la asunción de todo lo que acontece en nosotros, de la superación de nuestros miedos, de la fidelidad a nuestro proyecto de vida, de la confianza en la gracia que nos ha sido dada11. La madurez del celibato se muestra en la aceptación de la propia sexualidad, en la capacidad de tolerar ciertas frustraciones, autonomía respecto a los padres, disponibilidad para asumir responsabilidades, discernimiento de los propios sentimientos y de los ajenos, disposición para el diálogo, acogida de las personas de otra condición sexual, autoconocimiento suficiente.

El celibato consagrado no implica una castración de la sexualidad; es una forma auténticamente humana de vivir nuestra sexualidad. No es cuestión de represión, sino de transformación. Transformar significa dar una forma adecuada a nuestra sexualidad, no ponerla entre paréntesis ni reprimirla. Existe una soltería cristiana, libremente asumida. Su paradigma se reflejaría en lo siguiente:

– su objetivo no ha de es encontrar consorte, sino centrarse en Dios;

– intenta descubrir que la sexualidad no se reduce a la mera unión sexual, pues tiene otros aspectos;

– sabe que la soledad sexual se supera re-direccionando la energía sexual hacia otras actividades y realizaciones y reconfigurando con un sentido nuevo el deseo sexual: comunidad, compasión, profundidad de carácter, aventura en la verdadera intimidad12.

La virtud de la castidad no es principalmente el resultado de una decisión unilateral o una opción de vida, sino que es el resultado de la Alianza entre cada uno de nosotros y el Espíritu Santo, –nuestro consejero y energizador–, favorece la vivencia y el ejercicio de la sexualidad en forma armónica, equilibrada, fecunda desde la forma de vida que Jesús denominó “Eunucos por el Reino de Dios”13. Es una virtud para todos: para los casados en el matrimonio en su condición de pareja, para los todavía no casados, los solteros o viudos o consagrados en su condición de soledad o comunidad. Hemos de ser conscientes del número inmenso de personas que en nuestra actual humanidad viven solas, no tienen pareja. Ellos y ellas son un gran desafío educativo y espiritual. ¿Pensamos en ellos y ellas en la misión pastoral de la Iglesia?

La virtud de la castidad envuelve el cuerpo humano de pudor, de misterio, porque “en el verdadero amor el alma envuelve al cuerpo” (F. Nieztsche). “Afirmarse como una presencia personal, es manifestarse como rostro, y no como sexo”14. El “pudor” es como el sacramento del celibato espiritual; y se expresa en la nobleza del cuerpo, en el vestido, hasta en las relaciones con el mundo infrahumano. El celibato evangélico es una forma especial, extraordinaria, profética, de vivir la castidad. Ese celibato es don, es tarea.

La castidad es el arte de glorificar a Dios en nuestro cuerpo, que es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo. Ese arte tiene mucho que ver con el arte de amar, con la ejercitación espiritual, la educación auténtica. La castidad es un arte mistagógico que nos lleva a vivir –en el caso de la vida consagrada– un celibato profético al servicio de la Alianza, como el de Jeremías, pero, sobre todo, como el de Jesús y de María, buena noticia de la nueva y definitiva Alianza.

El camino mistagógico hacia la Alianza implica vivir desde los tres consejos evangélicos; en nuestro caso, incluir este consejo de la castidad celibataria en los otros dos. Ello implica, ante todo, una “nueva conciencia” de lo que hoy significa para nosotros ser “célibes por el Reino de Dios”; por otra parte, la docilidad al Maestro que por medio de su Espíritu y de la Palabra nos instruye interna y externamente. Esa docilidad nos hace discípulos en el camino del seguimiento. La castidad es también una disciplina espiritual.

Conclusión

La castidad del celibato está llamada hoy a ejercer una notable función profética en nuestra humanidad, tentada por tantas idolatrías, y en especial por la idolatría del sexo. Y también una notable función educadora para mostrar la importancia de la revolución de la ternura, de la ternura de corazón y de la integración espíritu-cuerpo. La castidad de los eunucos por el Reino de Dios es una fuerza liberadora y una energía divina que encauza nuestro eros hacia Dios y su Reino, que nos vuelve cercanos a los alejados, descartados, y nos hace entrar en una “nueva familia”.

 

1 Cf. Lauren F. Winner, Sex in the body of Christ, en “Christianity Today” May (2005), pp. 29-30; cf. Id., Real sex: the naked truth about Chastity, Brazos Press, Grand Rapids, 2005.

2  Cf. Patrick, Riley, Civilizing Sex: on chastity and the common good, T&T Clark, Edinburgh 2000. El desafío de salvar a la sociedad de las tempestades del egotismo libidinoso. Riley fundamenta su reflexión en la filosofía política de santo Tomás de Aquino, mediada por la filosofía de Jacques Maritain. Argumenta que la castidad ejerce una función social para el bien común en Israel (Decálogo). En la tradición judía la castidad es una virtud central. Sin castidad la civilización se hunde, y sin la defensa de la castidad por la ley, la sociedad implota.

3  Cf. Deus Caritas est, 4.

4  Cf. Deus Caritas est, 5.

5  Cf. Deus Caritas est, 5.

6  Cf. Deus Caritas est, 6.

7  Deus Caritas est, 7.

8  Orientaciones educativas para la formación en el celibato sacerdotal, 11 abril 1974, en Enchiridion Vaticanum V, 1974-1976.

9  Cf. Ludger Viefhues, “On my bed at night I sought him whom my heart loves”: reflections on trust, horror, and the queer body in vowed religious life, en “Modern Theology” 17 (2001), pp. 413-425.

10 Paul Celan, «Von Schwelle zu Schwelle», 1955.

11 Bours, J., El celibato por amor al reino de Dios, en J. Bours – F. Kamphaus, Pasión por Dios. Celibato – Pobreza – Obediencia, Sal Terrae, Santander 1986, p. 62.

12  Cf. Doug Rosenau –Michael Todd Wilson, Soul Virgins: redefining single sexuality, Sexual wholeness Ressources, 2012.

13  Cf. José Cristo Rey García Paredes, El encanto de la vida consagrada: una alianza y tres consejos, Ed. San Pablo, pp. 133-205.

14 O. Clement, Sobre el hombre, Ed. Encuentro, Madrid 1983, p. 90.

 

Sugerencias

Para la reflexión personal y la reunión comunitaria

No suele ser muy frecuente entre nosotros poder departir y conversar sobre este tema de la “virtud de la castidad”. Quizá en este día de retiro podamos intentarlo, del siguiente modo: Partir de las lecturas leídas y meditadas personalmente.

Lectura bíblica

“El cuerpo no es para la fornicación (porneia) sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo…. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy, entonces, a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis que el que se une a una prostituta se hace un cuerpo con ella?

Porque está dicho: Serán los dos una sola carne… Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1Cor 6,14-16.18-20).

Lectura espiritual

“Castidad significa unificación, pacificación, integridad e integralidad de todo el ser. Hay castidad cuando la persona integra realmente el eros, el dinamismo de su naturaleza. Abandonarse al movimiento ciego del eros es desintegrarse. Matar el eros sin resucitarlo, sin vivificarlo en el Espíritu, es secarse” (O. Clement, Sobre el hombre, Ed. Encuentro, Madrid 1983, pp. 123 124).

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