En un precioso cuento corto recogido en su libro Historias de Almanaque, el poeta y literato alemán Bertolt Brecht nos cuenta la pequeña Parábola de Buda sobre la casa en llamas. Gautama, el Buda, nos relata Brecht, se encontraba enseñando a sus discípulos la doctrina de la Rueda de los deseos y de la necesidad de una liberación personal para fundirse con la Nada, cuando uno de sus discípulos le preguntó: Pero Maestro, ¿cómo es esa Nada? ¿Es semejante a todo lo creado? ¿Qué se siente en ella? ¿Esa Nada tuya, es una Nada buena y alegre o una Nada fría, vacía y sin sentido? Buda calló largo rato hasta que por fin, con absoluta indiferencia, respondió: “No tengo ninguna respuesta para tu pregunta”.
Pasaron las horas y, ya de noche y con solo unos pocos discípulos que allí aún quedaban, comenzó a narrarles la siguiente parábola: “No hace mucho”, dijo, “vi una casa que ardía. Su techo era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité que el techo estaba ardiendo, que saliesen de inmediato. Sin embargo, aquella gente no parecía tener ninguna prisa. Desde el interior, uno de ellos al que el fuego le quemaba ya las cejas, me preguntó qué tiempo hacía fuera, si llovía, si no hacía demasiado viento y si no existía otra casa cerca de allí donde refugiarse. Esta gente, pensé, tiene que arder antes de terminar de hacer preguntas”.
Muy poco tiempo después de haber sido elegido pontífice, el papa Francisco exhortaba a la Iglesia a salir de sí misma, a combatir su miedo, a vencer definitivamente su tentación de cerrazón y autosuficiencia y lanzarse al mundo levantando en mitad de la batalla de todos los días, entre la gente, un hospital de campaña que curase heridas, sí, pero también que cogiese de la mano, que acompañase y… que escuchase, una de las lecciones más valiosas que nos dejó Jesús de Nazaret no expresada tanto con palabras sino con lo que Él mismo consideraba más importante que las palabras, los actos. Recientemente, el documento final del Sínodo de los Obispos sobre los Jóvenes recoge la misma necesidad de la Iglesia en su acercamiento a los jóvenes de hoy: primero, antes de nada… ¡escuchar!
Mis habilidades para curar son más que limitadas, en esto no creo tener nada extraordinario que aportaros. Pero como sociólogo, como psicólogo social, mi especialidad dentro de esta disciplina, creo que sí os puedo ser de ayuda en el “Hospital de campaña” precisamente en eso, escuchando. Y… ¡hay tanto que escuchar! De los combatientes del día a día, agotados, desesperanzados, muchos de ellos hastiados ya de una Iglesia que ven insensible a sus preocupaciones reales y a su sufrimiento, una Iglesia a cuyas puertas hace mucho que dejaron de llamar y de la que ya no esperan absolutamente nada. Pero también de la propia gente de Iglesia que allí trabaja y que se siente sola, dados de lado bastantes de ellos, que ven como año tras año y a pesar de todos sus esfuerzos las iglesias se van vaciando, convirtiéndose en bibliotecas, hoteles o restaurantes y sin un solo joven que pase ya por ellas, no llegando ni a uno de cada cuatro los que aún confían en la institución, siendo ya desde hace más de 20 años, según el último informe de la Fundación SM Jóvenes entre dos siglos, la última de todas las instituciones por las que se pregunta en la que confían, por debajo incluso de las grandes empresas y multinacionales.
Estas y muchas otras son las historias que cada mes os traeré aquí, directamente desde el Hospital de campaña. Historias que, espero, os sean de ayuda para guiar vuestra meditación y vuestra acción. Me gustaría terminar esta primera aportación de presentación con un mensaje que, en mi opinión, contiene ya la quintaesencia de lo que trataré de recoger aquí… señoras y señores de la Iglesia, por favor, presten mucha atención: ¡la casa está en llamas!