No podía ser que el esperado de los tiempos, el gran liberador de Israel, el Mesías soñado pudiese ser alguien tan conocido, tan de andar por casa, tan vulgar como el hijo de un carpintero, una persona como nosotros, alguien de quien conocemos a su familia, a sus hermanos y hermanas.
No puede ser que el gran enviado de Dios, el Salvador del mundo fuese tan normal.
La normalidad sigue siendo hoy perseguida, denostada, vilipendiada en muchos de los lugares en los que se habla de Dios. Pareciese que hay que vestirse de una determinada manera confundiendo la uniformidad con la identidad; parece que hay que hablar de unos ciertos temas (ya tan manidos que se conocen antes de abrir la boca) y con un tonillo determinado… Y no hablo solo de curas.
Pareciese que Dios tiene que ser tan raro que tiene que ser totalmente distinto. Y no. Resulta que el Hijo de Dios es el hijo de un carpintero que vivía en un lugar poco relevante llamado Nazaret y que se vestía igual que todos, aunque hablaba distinto, con la autoridad del amor.
Felices los normales